Michelle Adams, una ex peluquera de 51 años de edad, acude a una consulta de psiquiatría a instancias de su médico de cabecera. Una nota de este, enviada de antemano, explica que la paciente se había mostrado llorosa y frustrada en la última consulta, creyendo el médico, que intentaba controlar su dolor de espalda persistente, que una evaluación psiquiátrica era conveniente.
Al saludar a la Sra. Adams en la sala de espera, al psiquiatra le llamaron la atención su aspecto y sus modales: ante si tenía a una mujer despeinada de cabello plateado, con gafas de sol oscuras y sentada en una silla de ruedas, que le tendió la mano flácidamente y, después de un suspiro lastimero, le pregunto si le importaría empujarle la silla hasta la consulta. Estaba cansada del largo viaje hasta la consulta y dijo: <<Nadie en la calle se ofreció a ayudarme. ¿Se lo puede creer?>>.
Una vez acomodada, la Sra. Adams explico que llevaba 13 meses padeciendo un dolor de espalda insoportable. La noche <<que lo cambio todo>>, se había dejado las llaves dentro del apartamento y no podía entrar; al tratar de subir por la escalera de incendios, se había caído y se había caído y se había fracturado la pelvis, el cóccix, el codo derecho y tres costillas. Aunque no preciso cirugía, tuvo que pasar en cama 6 semanas y someterse después a varios meses de fisioterapia. La medicación narcótica diaria solo le resultaba moderadamente útil. Había visto <<una docena>> de médicos de varias especialidades y había probado múltiples tratamientos, entre ellos la inyecciones anestésicas y la terapia de estimulación eléctrica, pero el dolor no cedía. Durante todo esta terrible experiencia y desde varios años antes, la Sra.Adams había fumado marihuana todos los días, explicando que darle cada hora una buena calada a un porro le aliviaba el dolor y le ayudaba a relajarse. No bebía alcohol ni consumía otras drogas.
Antes del accidente, la Sra. Adams trabajaba en un salón de belleza del barrio desde hacía más de 20 años. Estaba orgullosa de tener varios clientes devotos y disfrutaba de la camaradería con sus compañeros, a los que llamaba <<mi verdadera familia>>. Había sido incapaz de regresar al trabajo desde el accidente a causa del dolor. <<Estos médicos siguen diciéndome que estoy bien para volver al trabajo>>, dijo con visible enfado, <<pero no saben lo que estoy pasando>>. Se le quebró la voz. <<No me creen. Piensan que miento>>. Añadió que, aunque los amigos le habían tenido la mano después del accidente, últimamente parecían menos comprensivos. Casi siempre dejaba que las llamadas pasaran al contestador porque no tenía ganas de hacer relaciones sociales a causa del dolor. En el último mes había dejado de lavarse a diario y ya no limpiaba tanto el apartamento. Sin la estructura que da el trabajo, a menudo se quedaba despierta hasta las 5:00 de la mañana, y el dolor la despertaba varias veces antes de que, por fin, saliera de la cama después del medio dia. En cuanto al estado de ánimo, refirió, <<Estoy tan deprimida que da risa>>. A menudo dejaba de tener esperanza en poder, volver a vivir sin dolor, pero dijo que el suicidio ni se le había ocurrido. Explico que su fe católica le impedía pensar en quitarse la vida.
La Sra. Adams no había ido nunca al psiquiatra y no recordaba haber estado deprimida antes del accidente, aunque dijo que el <<mal genio>> era un rasgo familiar. Hablo de una única relación romántica importante años atrás, con una mujer que la maltrataba emocionalmente. Al preguntarle si había tenido problemas legales, dijo que la habían detenido varias veces por hurto a los veintitantos años. Explico que había estado <<donde no debía en un mal momento>>, y que nunca la habían condenado por ningún delito.