TÚ Y YO SOMOS SIMPLES SOLO CUANDO EL MUNDO SE PORTA BIEN

Cuando las cosas se desintegran, irrumpe como un torbellino aquello que se había ignorado. Cuando las cosas ya no están especificadas con precisión, las paredes se vienen abajo y el caos se manifiesta. Hemos sido descuidados y hemos dejado que se fueran colando cosas, así que todo aquello que nos habíamos negado a resolver se acumula, adopta forma de serpiente y nos golpea, por lo general en el momento menos oportuno. Es entonces cuando somos conscientes de todo aquello de lo que nos podemos proteger si contamos con un propósito delimitado, si establecemos con precisión nuestros objetivos y prestamos atención de forma minuciosa.

Imagínate a una mujer fiel y honesta que de repente se enfrenta a la revelación de la infidelidad de su marido, con quien ha vivido durante años. Lo veía tal y como cree que es: una persona que merece confianza, que trabaja con abnegación, que la quiere y de quien puede depender. En su matrimonio se apoya en una roca sólida, o al menos eso es lo que piensa. Pero con el tiempo va prestando menos atención, va distrayéndose. Como dictan los tópicos, él empieza a prolongar sus jornadas laborales y a veces lo irritan de forma injustificable algunos pequeños comentarios que ella hace. Un día, la esposa lo ve en un café del centro con otra mujer, interactuando con ella de una forma que resulta difícil de racionalizar e ignorar. Las limitaciones y la inexactitud de sus percepciones anteriores resultan de repente dolorosamente evidentes.

La teoría que tenía acerca de su marido se derrumba. ¿Qué ocurre como consecuencia? Primero, algo —o alguien— aparece en su lugar:

un desconocido, complejo y espantoso. Es algo ya de por sí lo suficientemente malo, pero en realidad no es más que la mitad del problema. Así, su teoría acerca de sí misma también se hace añicos como resultado de la traición, con lo que el problema ya no es un desconocido, sino dos. Su marido no es quien percibía que era, pero tampoco lo es ella, la mujer engañada. Ya no es la mujer amada y equilibrada, la valiosa compañera. Por extraño que resulte, puede que nunca lo haya sido, a pesar de nuestra creencia en el carácter permanente e inmutable del pasado.

El pasado no es necesariamente lo que era, aunque ya lo haya sido. El presente es caótico e indeterminado. La tierra gira continuamente bajo los pies de la mujer, y también bajo los nuestros. De la misma forma, el futuro, que aún no ha llegado, se convierte en algo que no tenía que ser. ¿Aquella que antes pasaba por esposa razonablemente satisfecha es ahora una «inocente engañada» o, más bien, una «pobre ilusa»? ¿Tendría que verse a sí misma como una víctima o bien como cómplice en la conspiración que supone un engaño compartido? ¿Y su marido, qué es? ¿Una pareja insatisfecha? ¿Una víctima seducida? ¿Un mentiroso psicópata? ¿El mismo diablo? ¿Cómo ha podido ser tan cruel? ¿Cómo podría alguien hacer algo así? ¿En qué tipo de hogar ha estado viviendo? ¿Cómo ha podido ser tan ingenua? ¿Cómo lo habría podido ser cualquier otra persona? Se mira en el espejo. ¿Quién es ella? ¿Qué está pasando? ¿Acaso alguna de sus relaciones es de verdad? ¿En algún momento lo han sido? ¿Qué le ha ocurrido al futuro? Cuando las realidades más profundas del mundo se nos revelan de forma inesperada, todo se vuelve incierto.

Todo resulta de una complejidad que supera nuestra capacidad de imaginación. Todo se ve afectado por el resto de las cosas. Percibimos una parte muy estrecha de una matriz interconectada de forma caótica, si bien hacemos todo lo posible para no tener que encarar, para no tener que ser conscientes de lo limitado de esa percepción. Sin embargo, el fino barniz de la suficiencia perceptiva se resquebraja cuando algo fundamental sale mal y entonces se revela la estrepitosa ineptitud de nuestros sentidos. Todo aquello a lo que nos aferramos se desmorona y nos quedamos congelados, petrificados. ¿Qué es lo que vemos entonces? ¿Dónde podemos mirar cuando precisamente lo que vemos ha resultado insuficiente?

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