Es muy difícil encontrarle sentido al caos interconectado que supone la realidad tan solo mirándola. Se trata de un acto muy complejo que quizá requiera la mitad de nuestro cerebro. En el mundo real todo se altera y cambia. Cada elemento hipotéticamente independiente está compuesto de otros más pequeños, también hipotéticamente independientes, y al mismo tiempo forma parte de entidades mayores hipotéticamente independientes. Los límites que existen entre esos niveles, así como entre los elementos que pertenecen al mismo nivel, ni están claros ni resultan obvios de forma objetiva. Tienen que establecerse práctica y pragmáticamente y solo conservan su validez en condiciones específicas muy concretas. La ilusión consciente de una percepción suficiente y completa tan solo se sustenta, tan solo nos basta para nuestros objetivos, cuando todo funciona de acuerdo a lo establecido. En este tipo de circunstancias, lo que vemos es suficientemente exacto, de tal modo que no hay necesidad alguna de mirar más allá. Para ser capaz de conducir no es necesario entender, ni siquiera percibir, el complejo engranaje de nuestros automóviles. Las complejidades ocultas de nuestros respectivos coches tan solo irrumpen en nuestra consciencia cuando parte de la maquinaria deja de responder o cuando de forma imprevista chocamos con algo (o algo choca con nosotros). Incluso en el caso de un simple fallo mecánico (por no hablar de un accidente de cierta gravedad), este tipo de intrusión siempre se percibe, al menos en un principio, como motivo de ansiedad. Es la consecuencia de una incertidumbre que aparece.
Un coche, tal y como lo percibimos, no es una cosa ni un objeto. Es más bien algo que nos lleva allí donde queremos ir. De hecho, solo cuando deja de hacerlo le prestamos cierta atención. Es tan solo cuando un coche, de forma repentina, deja de funcionar, o bien se ve inmerso en un accidente y tienen que arrastrarlo a la cuneta, que nos vemos obligados a aprehender y analizar la enorme cantidad de componentes de los que depende en tanto que cosa que se mueve. Cuando nuestro coche se avería, se pone de manifiesto de forma instantánea nuestra ignorancia al respecto de su complejidad. Es algo que posee implicaciones prácticas, ya que no llegamos allí donde nos proponíamos, pero también psicológicas, ya que nuestra tranquilidad se esfuma en el mismo momento en el que el vehículo deja de funcionar. Por lo general, tenemos que recurrir a expertos que moran en garajes y talleres para que restauren tanto la funcionalidad de nuestro vehículo como la simplicidad de nuestras percepciones. Es así como el mecánico cumple una función de psicólogo.
Es precisamente en esos momentos cuando podemos comprender, si bien raramente lo ponderamos de verdad, la bajísima resolución de nuestra visión y lo inadecuado de nuestra consiguiente capacidad de comprensión. Durante una crisis, cuando ya nada funciona, recurrimos a aquellas personas cuyo conocimiento supera con creces el nuestro para que restablezcan la correspondencia entre lo que deseamos ardientemente y lo que ocurre en la realidad. Esto significa que un fallo de nuestro coche nos puede obligar a enfrentarnos a la incertidumbre del contexto social más amplio, que a menudo nos resulta invisible y en el cual la máquina (y su mecánica) no son sino simples componentes. Cuando nos traiciona nuestro coche, tenemos que hacer frente a todo lo que desconocemos. ¿Ha llegado el momento de comprar otro vehículo? ¿Me equivoqué cuando compré este? ¿El mecánico es competente, honesto y merece confianza? ¿El garaje donde trabaja es un lugar fiable? A veces, tenemos que contemplar incluso cosas peores, de carácter más amplio y profundo. ¿Las carreteras se han vuelto demasiado peligrosas? ¿Me he vuelto demasiado torpe, o siempre lo he sido? ¿Demasiado disperso y descentrado? ¿Demasiado viejo? Las limitaciones de todas nuestras percepciones de las cosas y de nosotros mismos se manifiestan cuando deja de funcionar algo en lo que normalmente nos apoyamos dentro de nuestro mundo simplificado. Entonces, el mundo más complejo que siempre había estado ahí, invisible y convenientemente ignorado, hace acto de aparición. Y es entonces cuando el jardín amurallado en el que vivimos de forma ideal revela sus serpientes ocultas, que siempre habían estado allí.