El líder rebelde mexicano Pancho Villa comenzó siendo el jefe de un grupo de bandidos, pero después de estallar la revolución en México, en 1910, se convirtió en una especie de héroe popular que asaltaba ferrocarriles y daba el dinero a los pobres, lideraba audaces redadas y seducía a las damas con sus románticas aventuras. Sus acciones fascinaban a los estadounidenses: parecía un hombre de otra época, mitad Robin Hood y mitad Donjuán. Sin embargo, al cabo de algunos años de duras luchas, el general Carranza salió victorioso en la revolución, el derrotado Villa y sus tropas regresaron a sus hogares, en el estado norteño de Chihuahua. Su ejército se redujo y Villa volvió a dedicarse al bandidaje, lo cual conspiró contra su popularidad. Por último, quizá por desesperación, comenzó a luchar contra los Estados Unidos, los gringos, a quienes culpaba de sus problemas.
En marzo de 1916, Pancho Villa atacó el poblado de Columbus, en Nuevo México. Su gente mató a diecisiete estadounidenses, entre soldados y civiles. El presidente Woodword Wilson, como muchos de sus compatriotas, había sido admirador de Villa, ahora, sin embargo, consideraba que el bandido debía ser castigado. Los asesores de Wilson lo instaron a enviar tropas a México para capturar a Villa. Para una potencia como los Estados Unidos —sostenían—, no contraatacar a un ejército que había invadido su territorio sería una terrible señal de debilidad. Además, muchos estadounidenses consideraban a Wilson un pacifista, posición que muchos no aceptaban como respuesta a la violencia, el presidente debía demostrar sus agallas y su hombría ordenando el uso de la fuerza.
La presión sobre Wilson fue muy fuerte, antes de que hubiese pasado un mes, y con la aprobación del gobierno de Carranza, envió un ejército de diez mil soldados para capturar a Pancho Villa. Aquella acción fue denominada la «Expedición Punitiva», liderada por el fogoso general John J. Pershing, que había derrotado las guerrillas de las Filipinas y a los indígenas del sudeste estadounidense. Sin duda Pershing podría encontrar y someter a Pancho Villa.
La Expedición Punitiva se convirtió en una noticia sensacionalista, una gran cantidad de periodistas estadounidenses siguieron a Pershing hasta el lugar de la acción.
La campaña, según escribían, pondría a prueba el poderío de los Estados Unidos. Los soldados estaban equipados con los armamentos más modernos, se comunicaban por radio y tenían apoyo de reconocimiento aéreo.
Durante los primeros meses, las tropas se dividieron en pequeñas unidades para rastrear el agreste terreno del norte mexicano. Los estadounidenses ofrecieron una recompensa de 50 000 dólares a quien suministrara cualquier información que condujera a la captura de Villa. Pero el pueblo mexicano, pese a la decepción sufrida cuando Villa reanudó sus actividades delictivas, ahora lo idolatraba por hacer frente al imponente ejército estadounidense. La gente comenzó a suministrar pistas falsas a Pershing: habían visto a Villa en tal poblado, o en cierto escondite en las montañas. Los militares enviaban aviones al lugar y trasladaban las tropas, pero nunca conseguían encontrarlo. El sagaz bandido siempre parecía estar un paso más adelante que el ejército estadounidense.
En el verano de aquel año, la expedición contra Villa sumaba ya a 123 000 hombres. Los soldados sufrían las consecuencias del espantoso calor, los mosquitos y el terreno agreste y difícil de transitar. A medida que se abrían paso por tierras en las cuales se los odiaba desde siempre, despertaban la ira tanto de los lugareños como del gobierno mexicano. En cierto momento, Pancho Villa se ocultó en una caverna, en la montaña, para recuperarse de una herida recibida en una escaramuza con el ejército mexicano. Desde aquel mirador pudo ver a Pershing conduciendo a sus exhaustas tropas por valles y montañas, sin acercarse nunca a su objetivo.
Hasta entrado el invierno, Villa continuó jugando al gato y el ratón con las tropas de Pershing. El pueblo estadounidense comenzó a considerar que aquello no era más que una burda farsa y hasta comenzó a admirar otra vez a Villa y a sentir respeto por su habilidad para eludir a una fuerza tan superior. En enero de 1917, Wilson ordenó al fin la retirada de Pershing. Mientras las tropas regresaban a su país las fuerzas rebeldes las persiguieron, lo cual obligó a los Estados Unidos a utilizar aviones militares para proteger la retaguardia. Ahora era la Expedición Punitiva la que recibía el castigo, al verse forzada a una retirada que no podría haber sido más humillante.