También debemos precavernos frente al malentendido del racionalismo. La idea de la condición racional del pensamiento es independiente de la aceptación o rechazo del racionalismo, que es uno de los modos posibles de concebir racionalmente el mundo. Hablamos de racionalidad para referirnos a ese estatuto regulador de los pensamiento reflexivo cuando afirma, niega, conjetura, duda e intenta hacer valer sus asertos ante cualquier interlocutor posible, construyendo sistemas de proposiciones. Tal estatuto se halla constituido por las llamadas “ leyes aristotélicas” del pensamiento lógico- principios de identidad, de no contradicción y del tercero excluido-, y por las leyes (ya no aristotélicas, mas no por eso menos rigurosas, aunque, eso sí, menos estudiadas) que rigen ciertas formas generales de nuestras valoraciones. A este estatuto se refiere Andres Lalande cuando explica que “ creer en la razón en este sentido, es admitir una capacidad fundamental de reconocer ciertas proposiciones como verdaderas o falsas, de apreciar diferencias de probabilidad, de distinguir un mejor y un peor en el orden de la acción o de la producción; y ello no solamente por modo afectivo, como por una suerte de advertencia impresionista sino en forma de ideas generales y de asertos conscientes enunciables, sin equivoco, que se imponen a los espíritus en sus relaciones intelectuales en tanto se hallan de buena fe, y que se encuentran para ellos por encima de todo discusión”. Es también en este estatuto en que piensa el mismo empirista Locke cuando invoca “ la razón, regla y medida común dada por Dios a la humanidad”.
La racionalidad del pensamiento, así entienda, no puede negarse sin contradicción: quien, en efecto, impugna el carácter universal e incondionalmente valido de los axiomas lógicos, pretende formular un aserto verdadero; pero este solo puede tener sentido y ser enjuiciado dentro del universo del discurso racional, regido, precisamente, por esos axiomas. El racionalismo, en cambio, puede ser objetado sin contradicción, siempre que no se le entienda como el mero reconocimiento de la racionalidad formal de la intelgencia”. En este sentido, es cierto, lo toman algunos filósofos: Lalande, por ejemplo, cuando llama “ racionalistas” a “ los que reconocen en todo espíritu la presencia de un sistema de principios universales, inmutables, que organizan los datos empíricos” Mas, la verdad es que el termino se emplea usualmente en la historia de la filosofía con un alcance más amplio, para designar ora la doctrina metafísica que proclama la racionalidad o inteligibilidad de lo real; ora el sistema epistemológico que ve en la razón no solo una fuente autónoma de conocimiento, independiente de la experiencia sensorial, sino también la única fuente de conocimientos ciertos y necesarios; ora, en fin, la concepción axiológica de quienes reconocen en el hombre una capacidad universal para determinar si conducta según fines naturales superiores, fundados en el cabal e inequívoco discernimiento entre el bien y el mal.
Ahora bien, el racionalismo, como sistema filosófico, es solo un modelo posible, entre muchos otros, para la intelección racional del mundo; es uno de los instrumentos conceptuales de que la inteligencia racional puede servirse para integrar la experiencia. La racionalidad del pensamiento implica, pues, únicamente la integración racional del saber y no, por modo necesario, la concepción racionalista de las cosas.