Puedes utilizar las palabras para manipular el mundo y hacer que te proporcione lo que quieras. Es lo que viene a ser <<actuar políticamente>>. Es tergiversar. Es la especialidad de aquellos que carecen de escrúpulos, ya sean comerciantes, vendedores, publicistas, donjuanes, utópicos cargados de eslóganes o psicópatas. Es el tipo de discurso al que la gente se lanza cuando intenta influir y manipular a los demás- Es lo que hacen los estudiantes universitarios cuando escriben un trabajo para complacer al profesor en lugar de articular y explicar sus propias vidas. Es lo que todo el mundo hace cuando quiere algo y decide falsificarse para agradar y adular. Es dedicarse a la maquinación, a la proclama de eslóganes, es propaganda.
Llevar una vida así supone estar posado por algún tipo de deseo aberrante y articular discursos y acciones de tal modo que conduzcan con seguridad y racionalidad a tal objetivo. Algunos objetivos calculados de este tipo son <<imponer mis convicciones ideológicas>>, <<demostrar que tengo (o tenia) razón>>,<<parecer competente>>,<<trepar por la jerarquía de dominación>>, <<evitar responsabilidades>> (o su hermano gemelo, <<atribuirme el mérito de otras personas>>), <<conseguir un ascenso>>,<<acaparar la atención>>, <<asegurarme de que todo el mundo me quiere>>, <<ir de mártir y sacarle partido>>, <<justificar mi cinismo>>, <<racionalizar mi actitud asocial>>,<<minimizar todo conflicto inmediato>>,<<mantener mi ingenuidad>>, <<sacar provecho de mi vulnerabilidad>>,<<parecer siempre un santo>> o (y este es particularmente retorcido) <<asegurarme de que mi insufrible hijo/hija siempre tiene la culpa de todo>>. Estos son ejemplos de lo que un compatriota de Sigmund Freud, el menos conocido psicólogo austriaco Alfred Adler, denomino <<mentiras de vida>>.
Una persona que vive una <<mentira de vida>> está intentando manipular la realidad a través de la percepción, el pensamiento y la acción, de tal modo que solo pueda producirse un resultado predeterminado que se desea de forma agónica. Una vida vivida de esta forma se basa, consciente o inconscientemente, en dos premisas. La primera es que el conocimiento actual con el que se cuenta basta para definir lo que es bueno, ahora y más adelante, sin el menor asomo de duda. La segunda es que la realidad resultaría insoportable si se la deja ser tal y como es. La primera premisa resulta injustificable desde un punto de vista filosófico. Aquello que te propones actualmente puede que no merezca la pena en absoluto, de la misma forma que lo que estás haciendo ahora puede que sea un error. La segunda es todavía peor. Tan solo resulta valida si la realidad es intrínsecamente intolerable y, al mismo tiempo, algo que se puede manipular y distorsionar. Decir algo así o pensarlo requiere la arrogancia y la seguridad que el genial poeta inglés John Milton identifico con Satán, el más elevado ángel de Dios que acabo tremendamente mal. La facultad de la racionalidad inclina peligrosamente hacia el orgullo: todo lo que se es lo que hay que saber. El orgullo se enamora de sus propias creaciones e intenta convertirlas en algo absoluto.
He visto a gente definir su utopía y luego hacer malabarismos con su vida para que se hiciera realidad. Un estudiante de izquierdas adopta una apariencia moderna y contraria a la autoridad y se pasa los siguientes veinte años trabajando de forma incansable para vencer a los molinos de su imaginación. Una chica de dieciocho años decide, de forma arbitraria, que quiere jubilarse a los cincuenta y dos. Trabaja durante tres décadas para conseguirlo, sin advertir que tomo tal decisión cuando apenas era una niña. ¿Qué sabia de como seria ella misma a los cincuenta y dos años cuando todavía era una adolescente? Incluso ahora, muchos años después, apenas tiene una vaga idea, de baja resolución, del que sería su Edén después de la vida laboral. Se niega a darse cuenta. ¿Qué significaría su vida si ese objetivo inicial fuera un error? Tiene miedo de abrir la caja de Pandora, donde se encuentran todos los problemas del mundo. Pero también aguarda ahí la esperanza. En lugar de eso, pervierte toda su vida para que se ajuste a las fantasías de una adolescente privilegiada.
Un objetivo formulado con ingenuidad se acaba transformando con el paso del tiempo en una forma de vida siniestra. Un cliente de cuarenta y tantos años me conto su visión, formulada por el mismo cuando era joven: <<me veo jubilado, en una playa tropical, bebiendo margaritas bajo el sol>>. Algo así no es un plan, es el cartel de una agencia de viajes. Después de ocho margaritas, lo único que puedes hacer es esperar la resaca. Tras tres semanas de días llenos de margaritas, si aún estas consciente, estas muerto de aburrimiento y asqueado contigo mismo. En espacio de un año, si no antes, eres un ser patético. No resulta, pues, un planteamiento sostenible para la época madura. Este tipo de reduccionismos y falsificaciones es particularmente típico de los ideólogos, que adoptan un único axioma: el Gobierno es malo, la inmigración es mala, el capitalismo es malo, el patriarcado es malo. Entonces filtran y tamizan sus experiencias, e insisten de forma cada vez más vehemente en que todo puede explicarse mediante ese axioma. Creen de forma narcisista, por debajo de todo su palabrería, que el mundo se podría enderezar si ellos manejaran sus riendas.
Pero hay otro problema fundamental con las mentiras de vida, particularmente cuando se basan en la evitación. Se llama <<pecado de comisión>> a hacer algo que sabes que está mal. Un pecado de omisión es el que se comete dejando que ocurra algo malo cuando podrías impedirlo. El primero se considera tradicionalmente más serio que el segundo, la evitación, pero yo no estoy tan seguro.
Piensa en una persona que insiste en que todo le va bien. Evita el conflicto, sonríe y hace lo que le piden. Encuentra un nicho y allí se esconde. No cuestiona la autoridad ni propone ideas, y ni siquiera se queja cuando se la trata mal. Ansia la invisibilidad, como un pez en medio de un enorme banco marino. Pero hay algo secreto que le gangrena el corazón. A pesar de todo, sufre, porque la vida es sufrimiento. Vive en soledad, aislamiento y frustración, pero su obediencia y su forma de anularse disuelven todo significado en su vida. Se ha convertido en una persona esclava, una herramienta que los demás pueden explotar. No consigue lo que quiere o lo que necesita porque algo así requiera tomar la palabra. De modo que nada en su existencia puede compensar los problemas vitales, y algo así enferma a cualquiera.
Puede que sea cierto que los primeros que desaparecen cuando la institución en la que trabajas titubea y se hunde son los alborotadores y los que aroman jaleo. Pero los siguientes que serán sacrificados son los que están en silencio. Alguien que se esconde no es esencial. Ser esencial requiere una contribución original. Esconderse, además, no salva a esas personas ni de la enfermedad, ni de la locura, ni de la muerte, ni de los impuestos. Y esconderse de los demás también significa suprimir y esconder todo lo que nosotros mismos podríamos llegar a ser. Y ahí está el problema.
Si no te revelas a los demás, no te puedes revelar a ti mismo. Esto no solo significa que estas suprimiendo a quien eres, aunque eso también. Significa que todas las cosas que podrías llegar a ser nunca podrán ser desencadenadas por la necesidad. Se trata de una verdad biológica y conceptual. Cuando exploras con astucia, cuando te enfrentas de forma voluntaria con lo desconocido, vas recopilando información que te sirve para construirte en tu nueva versión renovada. Este es el elemento conceptual. Sin embargo, algunos estudios recientes tan descubierto que hay genes nuevos estructuras que se forman en el cerebro. Esto implica que una gran parte de ti esta todavía naciendo, en el sentido más físico posible, algo que la inmovilidad no está en condiciones de propiciar. Tienes que decir algo, ir a algún sitio y hacer algo para activarte. Y si no… , pues te quedas incompleto, y la vida es demasiado dura para alguien incompleto.
Si dices <<no>> a tu jefe, a tu mujer o a tu madre cuando hay que decírselo, entonces te transformas en alguien que puede decir <<no>> cuando hay que decirlo. Por el contrario, si dices <<si>> cuando tienes que decir <<no>>, te transformas en alguien que solo puede decir <<si>>, incluso cuando manifiestamente toca decir lo contrario. Si alguna vez te has preguntado cómo es posible que personas totalmente comunes y decentes acabaran realizando las cosas terribles que hacían los guardias de los gulags, aquí tienes la respuesta. Cuando había llegado el momento de decir claramente <<no>>, ya no quedaba nadie en condiciones de hacerlo.
Si te traicionas a ti mismo, si dices cosas falsas, si escenificas una mentira, lo que haces es debilitar tu carácter. Si tienes un carácter débil, te avasallara la primera adversidad que surja, e inevitablemente surgirán. Intentaras esconderte, pero ya no podrás hacerlo en ningún sitio. Y entonces acabaras haciendo cosas horribles.
Tan solo la filosofía mas cínica e inútil insiste en que la realidad puede mejorarse por medio de la falsificación. Una filosofía semejante juzga de la misma forma el Ser y lo que se puede llegar a ser, y ambas cosas le resultan fallidas. Acusa a la verdad de resultar insuficiente y a las personas honestas de dejarse engañar. Es una filosofía que al mismo tiempo propicia y justifica la corrupción endémica del mundo.
En semejantes circunstancias, el problema no es la visión en tanto que tal no tampoco un plan diseñado para alcanzar una visión determinada. Porque hace falta una visión del futuro, de un futuro deseable. Una visión así relaciona las acciones que adoptamos ahora con los valores importantes, básicos, a largo plazo. Otorga relevancia a las acciones del presente y nos proporciona unos parámetros para limitar la incertidumbre y la ansiedad.
No se trata, pues, de una visión. Es, por el contrario, ceguera voluntaria. La peor clase de mentira. Es algo sutil, algo que siempre se escuda en algún tipo de racionalización sencilla. La ceguera voluntaria es la negativa a saber algo que podría saberse. Es la negativa a admitir que el timbre que escuchamos indica que hay alguien en la puerta. Es la negativa a admitir que hay un gorila de tres toneladas y media en mitad de la habitación, que hay un elefante debajo de la alfombra, que hay un esqueleto colgado en el armario. Es la negativa a reconocer un error para seguir aplicando el plan. Todo juega cuenta con unas reglas, y algunas de las más importantes son implícitas. Las aceptas a partir del momento en el que empiezas a jugar. La primera de ellas es que el juego es importante, porque, si no lo fuera, no estarías jugando. El mero hecho de participar en un juego lo define como algo importante. La segunda es que las jugadas que realizas son válidas si te ayudan a ganar. Si realizas una jugada que no te ayuda a ganar, entonces, por definición, es mala y tienes que intentar otra cosa. Y ya lo sabes, es absurdo hacer una y otra vez lo mismo y esperar resultados diferentes.
Si tienes suerte, al fracasar pruebas algo nuevo y entonces consigues salir adelante. Si eso tampoco funciona, vuelves a intentar otra cosa. Una pequeña modificación basta en algunas circunstancias. Por eso es prudente empezar con pequeños ajustes y ver si sirven de algo. Sin embargo, en ocasiones el problema reside en toda la jerarquía de valores, con lo que hay que abandonar el edificio entero. Hay que cambiar todo el juego, lo que supone una revolución, con todo el caos y el terror que eso supone. No es algo a lo que uno deba lanzarse a la ligera, pero a veces resulta necesario. El error requiere el sacrificio que supone corregirlo, con lo que un error grave necesita un sacrificio igual de grave. Aceptar la verdad es un sacrificio, y si has estado rechazándolo durante mucho tiempo, entonces has acumulado una deuda enorme en lo que se refiere a sacrificios. Los incendios queman la madera seca y hacen que las sustancias que estaban atrapadas en su interior vuelvan a la tierra. No obstante, a veces los fuegos se evitan de forma artificial y la madera seca sigue acumulándose. Pero antes o después se declarara un fuego y entonces ardera con tal furia que todo quedara destruido, incluso la tierra en la que el bosque crece.
A la mente orgullosa y racional, instalada en sus certezas y embriagada de su brillantez, no le cuesta nada ignorar el error y barrer todo debajo de la alfombra. Los filósofos existencialistas, empezando por Soren Kierkegaard, señalaron este modo de vida como <<inauténtico>>. Una persona inauténtica sigue percibiendo las cosas y actuando de formas que su propia experiencia ha demostrado que son falsas. No habla con su propia voz.
<<¿Ha ocurrido lo que quería? No. Entonces, o bien mi objetivo o bien mi estrategia no eran adecuados. Me quedan todavía cosas por aprender>>. Esa es la voz de la autenticidad.<<Ha ocurrido lo que quería? No. Entonces, el mundo es injusto, y la gente, celosa y demasiado estúpida como para comprender. Es culpa de algo o de alguien>>. Esa es la voz de lo inauténtico. De ahí no queda mucho para llegar a <<tendrían que desaparecer>>, <<hay que hacerles daño>> o <<hay que destruirlos>>. Cuando escuchas cosas que resultan de una brutalidad incomprensible, entonces es que este tipo de ideas se ha manifestado.
No puede achacarse nada de esto a la inconsciencia o a la represión. Cuando un individuo miente, lo sabe. Puede que quiera ignorar las consecuencias de sus acciones, puede que sea incapaz de analizar y articular su pasado y que así no lo entiende, puede incluso que olvide que ha mentido y no sea por tanto consiente. Pero en ese preciso instante, cuando cometió cada uno de los errores en cuestión o cuando obvio cada una de sus responsabilidades, sí que lo era. En ese momento sabía lo que estaba haciendo. Los pecados de los individuos inauténticos corrompen el estado.
Supongamos que alguien sediento de poder crea una nueva regla en tu lugar de trabajo, algo innecesario y contraproducente, algo irritante que te hacer perder parte del placer y del sentido que le ves a lo que haces. Pero te dices que no pasa nada, que quejarse será inútil, Y entonces vuelve a ocurrir, pero ya te has entrenado para tolerar este tipo de cosas puesto que la primera vez no fuiste capaz de reaccionar. Así que eres un poco menos valiente y tu oponente, al que nadie se opone, un poco más fuerte. Como resultado, la institución es un poco más corrupta y el proceso de estancamiento burocrático y opresión ya está en marcha, proceso al que tú has contribuido fingiendo que no pasaba nada. ¿Por qué no protestar? ¿Por qué no tomar partido? Si lo haces, otras personas que también tienen miedo de alzar la voz puede que acudan en tu defensa. Y si no, quizá ha llegado la hora de la revolución. Quizá tendrías que buscar otro trabajo, donde tu alma corra menos peligro de verse corrompida.
Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? (Marcos 8:36)
Uno de los elementos principales de Archipiélago Gulag, la obra maestra de Alexandr Solzhenistsyn, fue su análisis de la relación casual directa entre la patología del Estado soviético que dependía del sistema de prisiones-campos de trabajo- donde millones de personas sufrieron y murieron- y la casi universal tendencia del ciudadano soviético a falsear sus experiencias personales cotidianas, negar el sufrimiento infligido por el régimen y, de esta forma, apoyar los dictados del sistema racional comunista, poseído por la ideología. Fue esta especie de mala fe, este empecinamiento, lo que- en opinión de Solzhenitsyn- secundo y respaldo los crímenes del gran asesino de masas paranoico Josef Stalin. Solzhenitsyn escribió la verdad, su verdad, que, aprendida como resultado de sus horrendas experiencias en los campos, exponía las mentiras del Estado soviético. Ninguna persona instruida se atrevió a seguir defendiendo esa ideología una vez que se publicó Archipiélago Gulag. Nadie pudo volver a decir: <<Lo que Stalin hizo no era el verdadero comunismo>>.
Viktor Frankl, el psiquiatra austriaco que sobrevivio a los campos de concentración nazis y escribió el clásico El hombre en busca de sentido (1946), llego a una conclusión socio psicológica similar: una existencia deshonesta, carente de autenticidad, conduce al totalitarismo social. Por su parte, Sigmund Freud consideraba que la represión contribuía de forma relevante al desarrollo de enfermedades mentales (y la diferencia entre la represión de la verdad y una mentira es cuestión de distintos niveles de intensidad, no de tipologías diferentes). Alfred Adler sabía que las mentiras eran un caldo de cultivo para las enfermedades. C.G. Jung sabía que sus pacientes estaban aquejados de problemas morales y que estos los causaba la falsedad. Todos estos pensadores, todos ellos estudiosos de las patologías individuales y culturales, llegaron a la misma conclusión: la mentira pervierte la estructura del Ser. La falsedad corrompe tanto el alma como el Estado, puesto que una forma de corrupción alimenta la otra.
En repetidas ocasiones he observado como la traición y el engaño transforman la miseria existencial común en un infierno absoluto. La crisis apenas soportable de un paciente terminal se puede convertir, por ejemplo, en algo indescriptiblemente horrendo como consecuencia de las inapropiadas pero banales peleas de sus hijos adultos. Obsesionados por un pasado no resuelto, se arremolinan como animas en torno al lecho de muerte tiñendo la tragedia de unas tonalidades innecesarias de cobardía y resentimiento.
La incapacidad de un joven para abrirse camino la puede explotar una madre que tenga como prioridad proteger a sus hijos de todo dolor y decepción. Así, él nunca se va y ella nunca está sola. Es una conspiración perversa, que se trama poco a poco, a medida que la patología se desarrolla por medio de millares de guiños y asentimientos. Ella se hará la mártir, condenada a apoyar a su hijo, y se alimentara cual vampiro de la compasión que le proporcionen sus amistades. El, por su parte, seguirá en su nido del sótano, imaginando que esta oprimido y deleitándose con fantasías acerca de la escabechina que podría infligir al mundo que lo rechazo por su cobardía, su torpeza y su incapacidad. Y, precisamente por eso, a veces comete la escabechina en cuestión. Y entonces todos se preguntan el porqué. Podrían haberlo visto venir, pero se negaron a hacerlo.
Es cierto que también una vida bien vivida puede verse desgarrada por la enfermedad, el trastorno bipolar o la esquizofrenia, igual que el cáncer, están relacionados con factores biológicos que están más allá del control inmediato del individuo. Las dificultades que son intrínsecas a la vida bastan por si solas para debilitar y abrumar a cualquiera de nosotros, empujándonos más allá de nuestros límites y asestándonos un golpe allí donde más nos duele. Ni la vida mejor vivida puede sustraernos totalmente de nuestra vulnerabilidad. Pero la familia que se pelea entre las ruinas de su hogar devastado por un terremoto tiene muchas menos probabilidades de reconstruir algo que la familia fortalecida por la confianza y la devoción mutuas. Cualquier debilidad natural, cualquier desafío existencial, por pequeño que sea, puede magnificarse y convertirse en una crisis grave si se alimenta de una cantidad suficiente de engaño a nivel individual, familiar o cultural.
Puede que un espíritu humano honesto fracase una y otra vez en todos sus intentos por traer el paraíso en la Tierra. Pero quizá si consiga reducir el sufrimiento característico de la existencia a niveles admisibles. La tragedia del Ser es consecuencia de nuestras limitaciones y de la vulnerabilidad que define la experiencia humana. Puede incluso tratarse del precio que pagamos por el propio Ser, ya que la existencia, para producirse, ha de estar limitada.
He visto como un marido se iba adaptando de forma honesto y valiente mientras su mujer se hundía en la demencia terminal. Paso a paso, fue realizando los ajustes necesarios. Acepto ayuda cuando la necesito y se negó a obviar la triste degradación de su esposa, de tal forma que pudo adaptarse gradualmente. Vi a la familia de esa mujer formar una piña cuando ella agonizaba, los vi forjando nuevas conexiones entre ellos- hermano, hermanas, nietos y padre- como compensación parcial pero genuina de su perdida. Vi a mi hija adolescente vivir todo el proceso de destrucción de su cadera y su tobillo y como sobrevivió a dos años de dolor intenso y constante para volver a emerger con su espíritu intacto. Vi como su hermano pequeño sacrifico de forma voluntaria, sin resentimiento alguno, numerosas oportunidades sociales, numerosos compromiso con amigos para estar a su lado, a nuestro lado, cuando estaba sufriendo. Con amor, con ánimos y con un carácter intacto, un ser humano puede aguantar mucho más de lo que imaginamos. Sin embargo, lo que no se puede soportar es la rutina absoluta que producen la tragedia y el engaño.
La capacidad de la mente racional para falsear, manipular, tramar, hacer trampas, falsificar, minimizar, confundir, prevaricar, denegar, omitir, racionalizar, tergiversar, exagerar y complicar es tan inagotable, tan excepcional, que siglos enteros de pensamiento precientifico, centrados en clarificar la naturaleza del esfuerzo moral, lo consideraron algo verdaderamente diabólico. Esto no se debe a la propia racionalidad en tanto que proceso, puesto que ese mismo proceso puede generar claridad y progreso. Es porque la racionalidad está sujeta a la peor tentación de todas, a saber, elevar lo que conoce al estatuto de algo absoluto.
Podemos apoyarnos de nuevo en las palabras del gran poeta John Milton para aclarar lo que esto significa. A lo largo de millares de años de historia, el mundo occidental fue hilvanando en torno a sus esencia religiosa una fantasía onírica acerca de la naturaleza del mal. Esa fantasía contaba con un protagonista, una personalidad adversaria, dedicada de forma absoluta a la corrupción del Ser. Milton se propuso organizar, escenificar y articular la esencia de este sueño colectivo y le dio vida en la figura de Satán o Lucifer,<<el portador de luz>>. Escribe acerca de su tentación primigencia y sus consecuencias inmediatas:
Confiando al Altísimo igualarse,
Si con él se enfrentaba, y ambiciosa,
Contra el trono de Dios y monarquía,
Levanto la impía guerra de los Cielos
Y la altiva lid con vano esfuerzo.
A Satán el Poder Omnipotente
Arrojo de cabeza, envuelto en llamas,
En horrorosa combustión y ruina,
De la mansión etérea a la insondable
Perdición, a vivir allí en cadenas
Irrompibles y el castigo del fuego,
Por armarse contra el Omnipotente.
A decir de Milton, Lucifer- el espíritu de la razón- era el más excelso de los ángeles que Dios creo a partir de la nada, algo que puede interpretarse desde una perspectiva psicológica. La razón es algo vivo, algo que vive en cada uno de nosotros. Es mejor entenderla como una personalidad más que como una capacidad. Es algo que posee sus objetivos, sus tentaciones y sus debilidades. Vuelva más alto y consigue ver mucho más lejos que cualquier otro espíritu. Pero la razón se enamora de sí misma y, peor todavía, de aquello que ella misma produce, que eleva e idolatra como algo de carácter absoluto. Así pues, Lucifer es el espíritu del totalitarismo. Si acaba arrojado del cielo al infierno es precisamente porque ese encumbramiento, esa rebelión en contra del Altísimo, del Incomprensible, inevitablemente desencadena el infierno.
Dicho de otra forma, la gran tentación de la facultad racional es glorificar su propia capacidad y sus propias obras para declarar después que frente a sus teorías no existe nada trascendente, nada que escape a su domino. Esto significa que todas las cosas importantes ya se han descubierto, que no queda nada importante por saber. Pero, sobre todo, niega la necesidad de enfrentarse al Ser, individualmente y con valentía. ¿Qué va a salvarte? Desde al totalitarismo se viene a decir: <<La fe en lo que ya sabes>>. Pero no es eso lo que te salva. Lo que te salva es la voluntad de aprender de aquello que no sabes. Esa es la fe en la posibilidad de la transformación humana. Es la fe en el sacrificio de la versión actual de uno mismo para alcanzar la versión que podríamos ser. La persona totalitaria niega la necesidad de que el individuo asuma la responsabilidad última del Ser.
Esa negación es lo que significa rebelarse contra <<el Altísimo>>. <<Totalitario>> significa eso, que todo lo que había que descubrir ya se ha descubierto, que todo ocurrirá tal y como se ha planeado, que todos los problemas se desvanecerán cuando se acepte el sistema perfecto. El gran poema de Milton era una profecía. A medida que la racionalidad se elevaba de las cenizas del cristianismo, la gran amenaza de los sistemas totales la acompañaba. El comunismo, en particular, no resultaba tan atractivo a los trabajadores oprimidos, sus hipotéticos beneficiarios, como a los intelectuales, a aquellos cuyo arrogante orgullo en el intelecto les aseguraba que siempre llevaban razón. Pero la utopía prometida nunca se materializo. En su lugar, la humanidad vivió el infierno de la Rusia de Stalin, la China de Mao y la Camboya de Pol Por, y los ciudadanos de esos Estados tuvieron que traicionar su propia experiencia, enfrentarse a sus compatriotas y morir a decenas de millones.
Un viejo chiste soviético cuenta la historia de un americano que muere y va al infierno. Satán le está enseñando el lugar y pasan delante de una enorme caldera. El recién llegado echa un vistazo al interior y ve que está llena de almas que sufren, achicharradas en alquitrán ardiente, que intentan escapar, pero en vano, puesto que unos diablos sentados en los bordes los repelen a golpe de tridente. El americano queda muy impresionado y Satán le dice: <<Ahí ponemos a los pecadores ingleses>>. El paseo continua y poco después llegan a un segundo caldero, ligeramente mayor y más caliente. El hombre vuelve a mirar dentro y ve que también está lleno de almas que sufren, aunque estas llevan boina. Igual que en la otra, hay diablos que mantienen a raya con tridentes a aquellos que intentan salir. <<Aquí es donde ponemos a los pecadores franceses>>, dice Satán. A lo lejos se ve un tercer caldero, mucho mayor y que reluce del calor que emana. El americano apenas puede acercarse, pero, antes la insistencia de Satán, lo hace y echa un vistazo. Se encuentra abarrotado de almas que apenas se pueden distinguir bajo la superficie del líquido en ebullición. No obstante, de vez en cuando hay alguna que consigue emerger del alquitrán en un intento desesperado por alcanzar el borde del reciente. Y curiosamente, aunque en este caso hay diablos sentados, el alma que trepa acaba precipitándose de nuevo al líquido. El americano pregunta:<< porque aquí no hay ningún diablo para evitar que la gente escape?>>. Satán contenta: <<Aquí es donde ponemos a los rusos. Si alguno intenta escapar, los demás lo impiden>>.
Milton pensaba que la negativa vehemente a cambiar frente al error no solo suponía la expulsión del cielo y la consiguiente degeneración en un infierno cada vez más profundo, sino también el rechazo a la misma redención. Satán sabe perfectamente que incluso si estuviera dispuesto a buscar la reconciliación y Dios tuviera intención de propiciarla, terminaría rebelándose de nuevo, porque no puede cambiar. Es quizá está orgullosa terquedad lo que constituye el misterioso pecado imperdonable contra el Espíritu Santo:
¡Adiós, felices campos, donde mora
Para siempre la dicha!
Salve, horrores,
Salve, mundo infernal, y, tu, profundo
Averno, recibe a tu nuevo señor
Aquel cuyo designio nunca puede
Alterarse con el lugar y el tiempo.
No se trata de una fantasía del mas allá, ni ningún reino perverso de tortura de ultratumba para enemigos políticos. Es más bien una idea abstracta y a menudo las abstracciones son más reales que aquello que representan. La idea de que el infierno existe de cierta forma metafísica no es oro antigua y recurrente, sino también cierta. El infierno es eterno, siempre ha existido y existe todavía. Es la parte más árida, hostil y perversa del inframundo del caos, allí donde quedan condenadas para la eternidad las personas decepcionadas y resentidas.
La mente es su propio lugar y puede
Hacer en ella un cielo del infierno […]
Podemos pues reinar seguros
Y en mi opinión reinar vale la pena,
Aunque sea en el infierno: mejor es
Reinar aquí que servir en el cielo.
Aquellos que han mentido lo suficiente, tanto de palabra como un acto, viven ahí, en el inferno, ahora. Ponte a andar por cualquier calle frecuentada de una ciudad. Mantén los ojos bien abiertos y presta atención. Veras a gente que está ahí, ahora. Son las personas a las que tiendes a evitar de forma instintiva, las que se enfadan de forma automática en cuanto las miras, si bien en algunos casos prefieren girarse avergonzadas. Vi una vez en la calle a un alcohólico que se encontraba en un estado lamentable hacer justamente eso en presencia de mi hija. Lo que ante todo quería era evitar ver su degradación reflejada de forma incontestable en los ojos de la niña.
Es el engaño lo que hace que las personas sientan una miseria mayor de lo que pueden soportar. Es el engaño lo que llena el alma humana de resentimientos y ansias de venganza. Es el engaño lo que puede produce el terrible sufrimiento de la humanidad: los campos de la muerte nazis, las cámaras de tortura y los genocidios de Stalin, y ese monstruo aun mayor que fue Mao. Fue el engaño lo que mato a centenares de millones de personas en el siglo XX. Fue el engaño lo que aun hoy en día nos amenaza de forma total y absoluta.