Buenos Jefes

Por difícil que resulte créelo, los buenos jefes existen. Si observas a un compañero de trabajo recostado en su cubículo con los ojos cerrados y una sonrisa tonta iluminado su cara, es muy probable que este dejando correr su imaginación y recuerde un tiempo y una época más feliz en la que trabajaba para un buen jefe. Los que han trabajado trabajando para buenos jefes suelen ponerse nostálgicos. Y los que nunca han tenido la satisfacción de trabajar para un buen jefe solo pueden imaginárselo.

Ser un buen jefe es extremadamente sencillo, lo que me lleva a preguntarme por qué no hay jefes que capten el concepto. Te apuesto lo que quieras a que conoces como mínimo a un jefe-i que no ha hecho nada bien desde los tiempos de la presidencia de Carter. Por otro lado debo reconocer que yo tarde mucho en captarlo. El ser humano piensa y actúa como si se tratara de los neumáticos de un coche. No pensamos en ellos hasta que se produce un pinchazo. Para que los jefes idiotas cambien, y pueden llegar a cambiar, es necesario que se produzca algún incidente o sucesión de incidentes de magnitud importante y que, como consecuencia de ello, se enteren de que hay un problema. Solo en cuanto cobren conciencia de que existe un problema- y de que ese problema son ellos-, podrán iniciar su transformación y pasar de jefe idiota a buen jefe adoptando la sorprendentemente sencilla y a la vez profunda regla de oro del liderazgo: <<Lidera tal y como te gustaría ser liderado>>.

Eso es, en pocas palabras, lo que hacen los buenos jefes. En la mayoría de las interacciones humanas, cuanto más sencilla es una cosa, más efectiva es. Todos queremos respuestas sencillas, el camino fácil y el dinero fácil. Si estamos en la cárcel, queremos que la sentencia sea leve. ¿No has oído nunca un anuncio en la radio que dice:<<…en solo tres cuotas>>?

Los buenos jefes se conocen a si mismo lo bastante como para comprender como les gusta que los traten y poseen el sentido común necesario para entender que es muy probable que a los demás les guste también que los traten de la misma manera. Un buen punto de partida es la comunicación. Los buenos jefes ofrecen un flujo constante de información clara y concisa y animan a su equipo a actuar de la misma manera. A los buenos jefes no les gusta jugar a las Veinte Preguntas para averiguar de qué les hablan; no quieren tener que leerle los pensamientos a nadie para enterarse de lo que oculta;  y no esperan que los demás les lean los pensamientos para conocer que esperan de ellos.

Si tienes que obligar a tu jefe a jugar a las adivinanzas para que se entere de lo que haces es porque tienes un problema con esa persona, y viceversa. Obligar a los demás a adivinar lo que queremos o a averiguar la información importante que tenemos en nuestra manos es una conducta pasiva-agresiva. Es la materialización con la gente a la que queremos castigar. ¿Cuándo fue la última vez que castigaste con el tratamiento del silencio a alguien con quien no te sentías a gusto? Es un concepto fácil de verificar. Da vuelta la tortilla y piensa como te sientes cuando tu jefe te esconde información.

Tu imaginación se vuelve loca.¿ confiara en mí? ¿Me tiene por tan estúpido que no quiere revelarme el gran secreto? ¿Teme que pueda hacer algo por lo que acaben poniéndome una medalla? Pasaran por tu cabeza pensamientos de todo tipo… y ningún de ellos generara ideas cariñosas y tu jefe, ¿Cómo esperar que se muestre cariñoso y claro con respeto a ti?

La incertidumbre genera desasosiega. ¿Cuantas veces va la gente a comer y acaba especulando sobre todo o que sucede en la oficina? ¿cuantas veces has visto a tus compañeros cuchicheando por teléfono? ¿Te has encontrado alguna vez sentado en el baño justo en el momento en que entraba tu jefe en compañía de alguien de tu mismo nivel directivo? Seguramente, te has quedado quieto como una pierda, esperando poder oír por casualidad algún chisme que veces que has aguzado el oído para escuchar lo que se habla en el cubículo de al lado o en cualquier otro rincón?

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