El ideal racional del pensamiento constituye, en verdad, la más efectiva de las formas de integración de la experiencia. Más aun, es el instrumento natural de la inteligencia humana en su intento de comprender las cosas desde el punto de vista de sus conexiones universales. Por eso, en la medida en que el conocimiento aspira a ver lo dado en la unidad de todo lo real y lo posible, ha sido siempre, aunque en ocasiones muy imperfectamente, racional. La historia del pensamiento viene a ser, de este modo, la historia de su progresiva racionalización y, por lo tanto, la historia de su esfuerzo por ser plena y cabalmente pensamiento.
La intelección de esta idea requiere, por cierto, eliminar más de algún malentendido. El primero aparece con el viejo problema relativo a la unidad histórica del pensamiento. La racionalidad, podríamos preguntar, ¿ es ni forma universal de mentalidad, reconocible en todos los grupos culturales, o constituye acaso un producto histórico relativo a las condiciones peculiares de la vida, de una o algunas determinadas culturas? Levy-Bruhl impuso a comienzos del presente siglo, con la autoridad de sus célebres investigaciones sobre la mentalidad primitiva, un punto de vista que se ha prestado a las más graves y esterilizantes confusiones. La mente humana, sostuvo, no ha funcionado siempre y en todas partes según las leyes que regulan la dinámica de nuestra propia organización mental. En las sociedades inferiores es posible reconocer un tipo de conducta correspondientes a una estructura mental diversa a la del hombre civilizado. Esta mentalidad es “ mística” y “ pre lógica” y, como tal, ignorara el básico principio de contradicción que, en lo esencial, define la racionalidad del pensamiento. Allí donde nosotros establecemos oposiciones, exclusiones, incompatibilidades lógicas, negándonos, por ejemplo, a admitir que A y no-A puedan ser una misma cosa, el primitivo reconocerá identidad y armonía, simpatía y aproximación, en virtud de sus creencia en la “participación” de las cosas y fenómenos del universo.
Esta tesis, sostenida por un cumulo de observaciones de la vida de los pueblos primitivos- observaciones que, se ha visto después, no siempre tienen el rigor de un buen control científico- es exacto en tanto se limite al mínimum de su enunciado, a saber, que la mentalidad primitiva no funciona siempre de una manera racional. Y esto es obvio, como es obvio aun respecto a las propias sociedades civilizadas. ¡ Con que facilidad, se suspenden entre nosotros mismos las leyes del pensamiento lógico y recaemos en la conducta “ pre lógica” del primitivo, por acción del miedo, del odio, del entusiasmo, de la superstición o de la simple indolencia mental, sobre todo cuando actuamos como miembros inertes de una muchedumbre sugestionada!
Pero no sería difícil mostrar que aun en los productos “pre lógicos” de las culturas primitivas, en sus más simples representaciones míticas, por ejemplo, operan también las leyes básicas de la lógica más refinada. Es difícil comprender, además, como podrían haberse adaptado los pueblos primitivos a su medio natural, estableciendo el discernimiento entre lo nocivo y lo útil, lo causante y lo consecuencial, lo familiar y lo extraño, si su pensamiento no hubiera obedecido también, y en ocasiones del modo más riguroso, a las leyes de identidad y de contradicción de una verdadera mentalidad lógica. En semejantes condiciones, privadas del único recurso humano para la previsión y dominio del acaecer físico, las sociedades inferiores no habrían tardado en sucumbir.
Es forzoso reconocer, por tanto, sobre la base misma del material antropológico acumulado por la escuela de Levy-Bruhl, cierta constancia estructural de la inteligencia humana, que no hace sino reflejar una constancia de estructura de la experiencia en general. Pero, se trata de una estructura fundamental, de una forma pura de ella y no de su real y pleno funcionamiento. Históricamente se revela solo como tendencia, que si ha podido afianzarse por modo progresivo, nunca ha constituido la forma exclusiva de la conducta intelectual del hombre, excepción hecha de los estadios superiores de la técnica, la filosofía y las ciencias positivas.