En 1841, el joven P. T. Barnum, que trataba de afirmar su reputación de ser el principal productor de espectáculos de los Estados Unidos, decidió comprar el American Museum de Manhattan y convertirlo en una colección de curiosidades que le aseguraría la fama. El problema era que no tenía dinero. Pedían 15 000 dólares por el museo, pero Barnum logró presentar una propuesta que resultó atractiva a los dueños de la institución, a pesar de que en ella se sustituía el dinero en efectivo por docenas de garantías y referencias. Los propietarios llegaron a un acuerdo verbal con Barnum, pero a último momento el socio principal cambió de idea y el museo y su colección fueron vendidos a los directores del Peale’s Museum. Barnum estaba furioso, pero el socio le explicó que «los negocios son los negocios» y que el museo se había vendido al Peale’s porque este tenía una gran reputación, cosa de la que Barnum carecía.
Barnum decidió de inmediato que, ya que no tenía reputación para poder negociar, su único recurso consistía en arruinar la reputación de Peale’s. De modo que inició una campaña de cartas a los diarios, en las que acusaba a los dueños del Peale’s de ser una banda de «directivos bancarios fundidos» que no tenían ni idea de cómo manejar un museo o entretener al público. Advirtió al público que no comprara acciones de Peale’s, porque la compra de otro museo debilitaría los recursos de la empresa. La campaña resultó eficaz, las acciones cayeron de manera estrepitosa y, perdida la confianza en la reputación y los antecedentes de Peale’s, los dueños del American Museum desistieron de la transacción y vendieron todo a Barnum.
Al Peale’s le llevó años recuperarse y sus dueños nunca olvidaron lo que Barnum les había hecho. El señor Peale en persona decidió atacar a Barnum forjándose fama de dedicarse al «entretenimiento intelectual» y promoviendo los programas del museo como más científicos que los de su vulgar competidor. El hipnotismo era una de las atracciones «científicas» del Peale’s y durante un tiempo logró atraer multitudes y tener mucho éxito. Barnum decidió defenderse, atacando de nuevo la reputación del Peale’s.
Organizó un espectáculo de hipnotismo durante cuyo transcurso él mismo, en apariencia, lograba que una niña entrara en trance. Una vez que la pequeña parecía sumida en profundo trance, Barnum trataba de hipnotizar a personas del público, pero, por mucho que lo intentara, ninguno de los espectadores entraba en trance y muchos se echaban a reír. Frustrado por el fracaso, Barnum anunció al fin que, para probar que el trance de la niña era real, le cortaría un dedo de la mano sin que ella se diera cuenta. Pero en cuanto comenzó a afilar el cuchillo, la niña abrió los ojos y salió corriendo, para gran regocijo del público. Barnum repitió esta y otras paro dias durante varias semanas.
Al poco tiempo, ya nadie podía tomar en serio el espectáculo del Peale’s y la afluencia de público decayó marcadamente, hasta que, al cabo de unas semanas, el espectáculo tuvo que cerrar. Durante los años siguientes, Barnum logró establecer una reputación de audaz y consumado productor de espectáculos, fama que perduró durante toda su vida. Peale, por su parte, nunca logró recuperar su buena reputación