Indescrifrabilidad

Cayo Coriolano fue un gran héroe militar de la antigua Roma. Durante la primera mitad del sigloVa. C. ganó numerosas batallas que salvaron, una y otra vez, a la ciudad del desastre. Dado que pasaba la mayor parte del tiempo en los campos de batalla, pocos eran los romanos que lo conocían personalmente, lo que lo convirtió en una especie defigura legendaria.

En el año 454 a. C., Coriolano decidió que había llegado el momento de explotar su fama y entrar en la política. Se postuló para el alto cargo de cónsul. La tradición imponía que los candidatos a tan encumbrada posición pronunciaran un discurso público al iniciar su campaña electoral. Cuando Coriolano se presentó ante el pueblo, comenzó por mostrar las docenas de cicatrices provocadas por las heridas sufridas a lo largo de siete años de luchar por Roma. Muy pocos de los presentes prestaron atención al extenso discurso que a continuación pronunció Coriolano. Aquellas cicatrices, prueba tangible de su valor y su patriotismo, conmovieron al pueblo hasta las lágrimas. El triunfo electoral de Coriolano parecía asegurado.

Sin embargo, llegado el día de la elección, Coriolano ingresó en el foro escoltado por todo el Senado y por los patricios que conformaban la aristocracia de la ciudad. El común de la gente se sintió confundida ante semejante alarde de confianza en un resultado electoral favorable.

De inmediato, Coriolano pronunció su segundo discurso, dirigiéndose en particular a los ciudadanos acaudalados que lo habían acompañado al foro. Su tono fue arrogante e insolente. Afirmó estar seguro de obtener la mayoría de los votos, se actó de sus hazañas en el campo de batalla, hizo algunas bromas irónicas que soloeran comprendidas y compartidas por los patricios, acusó con agresividad a sus contrincantes e hizo especulaciones sobre las riquezas que procuraría para Roma. Esta vez el pueblo lo escuchó: no se había percatado de que su legendario militar era también un engreído fanfarrón.

Las noticias acerca del segundo discurso de Coriolano se difundieron con rapidez por toda Roma, y el pueblo se congregó en masa para asegurarse de que no fuese electo. Derrotado, Coriolano volvió al campo de batalla, amargado y jurando vengarse del pueblo que había votado en su contra. Algunas semanas más tarde llegó a Roma un importante cargamento de granos. El Senado estaba preparado para distribuir el alimento gratuitamente entre el pueblo, pero cuando se disponían a someteres a decisión a votación, apareció Coriolano enescena y subió al estrado del Senado. En su discurso afirmó que una distribución masiva de ese tipo tendría un efecto negativo en la ciudad. Varios senadores se plegaron a su posición y el voto sobre la distribución gratuita fracasó. Coriolano no sedetuvo allí: acto seguido condenó el concepto básico de la democracia y propuso deshacerse de los representantes de la clase plebeya —los tribunos— y entregar el gobierno de la ciudad exclusivamente a los patricios.

Cuando se corrió la noticia sobre el último discurso de Coriolano, la ira de la plebe no conoció límites. Los tribunos fueron enviados al Senado para exigir que Coriolano compareciera ante ellos. Coriolano se negó. En toda la ciudad se realizaron manifestaciones y se produjeron tumultos. El Senado, temeroso de la ira de la plebe, al fin votó a favor de la distribución gratuita de los granos. Los tribunos quedaron satisfechos, pero el pueblo exigía una disculpa pública de Coriolano. Si se mostraba arrepentido de su actitud y accedía a callar de allí en adelante sus opiniones, se le permitiría regresar al campo de batalla.

Coriolano apareció una última vez ante el pueblo, que se dispuso a escucharlo en respetuoso silencio. Comenzó a hablar en tono quedo y medido, pero a medida que avanzaba en su discurso se volvía cada vez más agresivo y hasta profería insultos. Su tono era arrogante, su expresión, despectiva. Cuanto más hablaba, más se ibaen fureciendo la plebe. Por último lo silenciaron a gritos.

Después de una consulta interna, los tribunos condenaron a muerte a Coriolano y ordenaron a los magistrados que el militar fuese llevado de inmediato a lo alto de la roca Tarpeya y arrojado alabismo. La plebe, entusiasmada, apoyó la decisión. Sin embargo, los patricios lograron intervenir y la sentencia fue con mutada por la condena a destierro de por vida. Cuando el pueblo se enteró de que el gran héroe militar de Roma nunca más regresaría a la ciudad, salió a celebrar a las calles. Nunca antes se había visto semejante celebración, ni siquiera ante la derrota de un enemigo extranjero.


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