Durante varias semanas, Ninón de Lenclos, una de las más renombradas cortesanas francesas del siglo XVII, escuchó con paciencia mientras el marqués de Se vigné explicaba sus dificultades para conquistar el amor de una hermosa, joven y esquivacondesa. En aquel momento, Ninón contaba sesenta y dos años de edad y tenía másque sobrada experiencia en temas sentimentales. El marqués era un muchacho de veintidós años, apuesto, seductor, pero por entero carente de experiencia en todo lo relacionado con los juegos del amor. Al principio, a Ninón le divertían los relatos de lo ven marqués, que le confesaba los errores cometidos, pero al fin se hartó de tantas equivocaciones. Incapaz de tolerar la ineptitud en cualquier ámbito, y mucho menos en el de la seducción, decidió ayudar al joven enamorado. En primer lugar, el marqués debía entender que aquello era una guerra y que la hermosa condesa era unafortaleza a la que había que poner sitio con la cuidadosa estrategia de un general.Cada paso debía ser planificado y ejecutado con suma atención, teniendo en cuentacada detalle y matiz.
Ninón indicó al marqués que, al comenzar de nuevo su conquista, se aproximara a la condesa con un aire un tanto distante, con un toque de indiferencia. La próxima vez que los dos se hallaran a solas, él confiaría en la condesa como un amigo, no como un potencial amante. Esta era la mejor forma de despistarla. La condesa ya no debía dar por sentado el interés sentimental del joven. Era necesario que considerara la posibilidad de que a él solo le interesara entablar una amistad con ella.
Ninón planificó todo con sumo cuidado. Una vez que la condesa se sintiera confundida en cuanto a las verdaderas intenciones del marqués, habría llegado el momento de ponerla celosa. Durante el encuentro siguiente, que se produciría en una de las principales fiestas celebradas en París, el marqués se haría presente acompañado por una hermosa mujer, que a su vez tenía amigas igualmente bellas. De este modo, la esquiva condesa vería al marqués rodeado de las mujeres más llamativas de París, lo cual no solo la haría arder de celos, sino que le haría notar que el marqués era deseado y admirado por otras mujeres. A Ninón le costó mucho lograr que el marqués comprendiera esta estratagema, pero le explicó con paciencia que una mujer que se interesa por un hombre quiere comprobar que otras mujeres también se fijan en él. Esto no solo incrementa de inmediato su valor, sino que la satisfacción de arrebatárselo a sus rivales resulta muy gratificante.
Una vez que la condesa estuviese celosa y desconcertada, habría llegado el momento de seducirla. Siguiendo las instrucciones de Ninón, el marqués dejaría de presentarse en reuniones en que la condesa esperara verlo. Luego, de manera sorpresiva, aparecería en salones que nunca antes había frecuentado, pero a los que la condesa concurría con asiduidad. Así, a ella le resultaría imposible predecir los movimientos del marqués. Todo esto la conduciría a un estado de confusión emocional, requisito indispensable para toda seducción exitosa.
El marqués, a lo largo de varias semanas, siguió con exactitud las instrucciones de su mentora, y Ninón controlaba los progresos del joven. A través de su red privada de espías, se enteró de que la condesa se reía más de las gracias del marqués y escuchaba con mayor atención sus historias, supo que la condesa comenzó, de repente, a hacer averiguaciones acerca del marqués. Los amigos de Ninón le confiaron que, en reuniones sociales en las que se encontraban el marqués y la joven condesa, esta no lo perdía de vista. Ninón estaba segura de que la joven iba cayendo presa del encanto de su admirador. Era cuestión de semanas, o quizá de uno o dos meses, pero, si todo seguía su curso normal, la fortaleza no tardaría en caer.
Algunos días más tarde, el marqués se encontraba en la casa de la joven condesa.Ambos estaban solos. De pronto, él se mostró de forma por completo diferente.Obedeciendo a sus propios impulsos, en lugar de seguir las instrucciones de Ninón,tomó entre las suyas las manos de la condesa y le confesó que estaba perdida mente enamorado de ella. La joven se mostró confundida, una reacción que el marqués no esperaba, luego adoptó una actitud de fría cortesía y se excusó. Durante el resto de lavelada lo evitó con cuidado y ni siquiera acudió a despedirlo. Las siguientes veces que el joven fue a visitarla, se le informó que la condesa no se encontraba en la casa. Cuando al fin ella accedió a verlo de nuevo, cada uno se sentía incómodo en la presencia del otro. El encanto se había roto.