El hombre emergió por primera vez del mundo animal como un producto raro de la naturaleza. Habiendo perdido la mayor parte del equipo instintivo que regula las actividades del animal, es más impotente, peor equipado que la mayor parte de los animales, para la lucha por la vida. Pero ha desarrollado la capacidad de pensar, la imaginación y la consciencia, lo que constituyo la base para transformar a la naturaleza y a si mismo. Durante muchos miles de generaciones el hombre vivió de la caza y de recolectar sus alimentos. Aún estaba atado a la naturaleza y sentía miedo a verse arrojado de ella. Se identificaba con los animales y adoraba como dioses a esos representantes de la naturaleza. Después de mucho tiempo de lento desarrollo, empezó a cultivar el suelo, a crear un nuevo orden social y religioso basado en la agricultura y en la cría de animales. Durante ese periodo adoro a diosas portadoras de la fertilidad natural, se sentía a si mismo como el hijo de vida de la Madre. En determinado momento, hace unos cuatro mil años, se produjo un cambio decisivo en la historia del hombre: dio un nuevo paso en el lento y prolongado proceso de su emergencia de la naturaleza. Rompió sus vínculos con la naturaleza y con la Madre, y se señaló a si mismo una nueva meta, la de acabar de nacer del todo, de despertar completamente, de ser plenamente humano, de ser libre. La razón y la consciencia se convirtieron en los principios que le deberían guiar; su objetivo fue una sociedad unida por los vínculos del amor fraternal, de la justicia y de la verdad, un hogar nuevo y verdaderamente humano, que sustituyera al hogar irrecuperable, perdido con la naturaleza.
Y mas tarde, otra vez, unos quinientos años antes de Cristo, la idea de la unidad del género humano, y de un principio espiritual unificador subyacente en toda realidad, asumió expresiones nuevas y más desarrolladas en los grandes sistemas religiosos de la India, Grecia, Palestina, Persia y China. Lao-tse, Buda, Isaías, Heráclito y Sócrates, y después, en suelo palestino, Jesús y los apostales; Quetzalcóatl en suelo americano; y más tarde aún, un suelo árabe, Mahoma, todos enseñaron las ideas de la unidad del hombre, de la razón, del amor y de la justicia, como metas que el hombre debe esforzarse en alcanzar.
El norte de Europa pareció dormido durante largo tiempo. Al fin llegaron a el las ideas griegas y cristianas, y transcurrieron más de mil años antes de que Europa se saturara de ellas. Hacia el año 1500 d.c. empezó una época nueva. El hombre descubrió a la naturaleza y al individuo, y echo los cimientos de las ciencias naturales, que empezaron a transformar la faz de la tierra. El mundo cerrado de la Edad Media se hundió, desapareció el cielo que le daba la unidad, el hombre hallo un nuevo principio unificador en la ciencia, y comenzó a buscar una nueva unidad en la unificación social y política del mundo, y en el dominio de la naturaleza. La consciencia moral, llegado de la tradición judeo-cristiana, y la conciencia intelectual, legada de la tradición griega, se fusionaron y produjeron un florecimiento de creaciones humanas que el hombre no había conocido nunca anteriormente.
Europa, la hija menor de la humanidad. Culturalmente hablando, creo tal riqueza y tales armas, que se hizo dueña del resto del mundo durante unos centenares de años. Pero una vez más, a mediados del siglo XX, está ocurriendo un cambio radical, un técnicas nuevas sustituyeron el uso de la energía física de los animales y de los hombres, por la del vapor, el petróleo y la electricidad; crearon medios de comunicación que reducen la tierra al tamaño de un continente, y a la especie humana a una sociedad en que el destino de un grupo es el destino de todos; crearon dispositivos maravilloso que permiten llevar a todos los individuos de la sociedad el mejor arte, la mejor literatura y la mejor música; crearon fuerzas productoras que permitirán a todo el mundo tener una existencia material digna, y reducir el trabajo en tal grado, que solo ocupara una fracción del día del hombre.
Pero ahora, cuando el hombre parecer hacer alcanzado el comienzo de una era humana nueva, más rica y más feliz, su existencia y la de las generaciones futuras está más amenazada que nunca. ¿Cómo es posible esto?
El hombre ha conquistado su libertad frente a las autoridades clericales y securales, y solo tiene como jueves su razón y su conciencia; pero siente miedo ante la libertad recientemente conquistada; ha conquistado la “libertad para”: para ser el mismo, para ser productivo, para estar plenamente despierto. Y así, trato de huir de la libertad. Su misma hazaña, el dominio sobre la naturaleza, le abrió los caminos para la huida.
Al construir el nuevo mecanismo industrial, el hombre se absorbió de tal modo en la nueva tarea, que esta se convirtió en la meta suprema de su vida. Sus energías, que en otro tiempo hacían sido dedicadas a la busca de Dios y de la salvación, se dirigieron ahora al dominio de la naturaleza, y a un bienestar material cada vez mayor. Dejo de usar la producción como un medio para vivir mejor, y, por el contrario, la hipostasio en un fin en si misma, fin al cual quedo subordinada la vida. En el proceso de una división del trabajo cada vez mayor, de una mecanización del trabajo cada vez mayor, de una más completa, de una aglomeraciones sociales cada vez mas grandes, el hombre mismo se convirtió en una parte de la maquinaria, en lugar de ser su amo. Se sintió a si mismo una mercancía, una inversión; su finalidad se redujo a tener éxito, es decir, a venderse en el mercado del modo más provechoso posible. Su valor como persona radica en su “vendibilidad”, no en sus cualidades humanas de amor y razón, ni en sus talentos artísticos. La felicidad se identifica con el consumo de mercancías más nuevas y mejores, con la absorción de música, películas, diversiones, actos sexuales, licores y cigarrillos. No poseyendo más sentido de si mismo que el que puede proporcionar la conformidad con la mayoría, se siente inseguro, angustiado y dependiente de la aprobación ajena. Esta enajenado de si mismo, adora el producto de sus propios manos, a los líderes a quienes el hace, como si estuvieran por encima de el y no fueran hechos por el. En cierto sentido, ha regresado a donde estaba antes de haberse iniciado la gran evolución humana en el segundo milenio a.c.
Es incapaz de amar y de usar la razón, incapaz de tomar decisiones, en realidad es incapaz de apreciar la vida y, así, esta pronto a destruirlo todo, y aun a destruirlo gustosamente. El mundo vuelve a estar fragmentado, ha perdido su unidad; el hombre ha vuelto a adorar cosas diversificadas, con la única diferencia de que ahora son cosas hechas por el hombre mismo, y no partes de la naturaleza.
La era nueva comenzó con la idea de la iniciativa individual. Ciertamente dieron pruebas de maravillosa iniciativa individual los descubridores de mundos nuevos y de nuevas rutas marítimas en los siglos XV y XVI, los primeros promotores de la ciencia y los fundadores de filosofías nuevas, los estadistas y filósofos de las grandes revoluciones inglesa, francesa y americana, y, finalmente, los primeros industriales y hasta los señores ladrones de la Edad Media. Pero con la burocratización y la organización directorial de la industria, es precisamente la iniciativa individual lo que está desapareciendo. La burocracia tiene poca iniciativa, ese es su carácter; tampoco la tienen los autómatas. La defensa de la iniciativa individual como argumento en favor del capitalismo es, en el mejor caso, un anhelo nostálgico, y en el peor, un lema engañoso que se emplea contra los planes de reforma basados en la idea de la iniciativa individual verdaderamente humana. La sociedad moderna se inició sobre la idea de crear una cultura que satisficiera las necesidades del hombre, y tiene por ideal suyo la armonía entre las necesidades individuales y las necesidades sociales, poniendo término al conflicto entre la naturaleza humana y el orden social. Se creía que podía llegarse a esa meta de dos maneras: mediante una técnica productiva avanzada, que permitiese alimentar satisfactoriamente a todo el mundo, y mediante un concepto racional, objetivo, del hombre y sus necesidades. Para decirlo de otro modo, la finalidad de los esfuerzos del hombre moderno era crear una sociedad sana. Esto significa, mas específicamente, una sociedad cuyos miembros han llegado a un grado de independencia en que conocen la diferencia entre el bien y el mal, en que eligen por si mismos, en que tienen convicciones y no opiniones, y fe, más bien que supersticiones ni esperanzas nebulosas. Significa una sociedad cuyos miembros han desarrollado la capacidad de amar a sus hijos, a sus prójimos, a todos los hombres, a si mismos, a toda la naturaleza; que pueden sentirse unidos con todo, pero que conservan el sentido de la individualidad y la integridad; que trascienden la naturaleza creando, no destruyendo.
Hasta ahora, hemos fracasado. No hemos salvado el abismo existente entre una minoría que comprende esas metas y se esfuerza por vivir de acuerdo con ellas, y la mayoría cuya mentalidad se ha quedado muy atrás, en la Edad de Piedra, en el totalidad se ha quedado muy atrás, en la Edad de Piedra, en el totemismo, en el culto de los ídolos, en el feudalismo. ¿Volverá la mayoría a la salud, o empleara los descubrimientos más grandes de la razón humana para sus propósitos de irracionalidad y locura? ¿Seremos capaces de crear una concepción de la vida buena y sana que estimule las fuerzas vitales de los que tiene miedo a seguir adelante? En esta ocasión, la humanidad está en una encrucijada donde un paso equivocado podría ser el último paso.
A mediados del siglo XX, han surgido dos grandes colosos sociales que, temiéndose el uno al otro, buscan la seguridad en un rearme militar incesante y cada vez mayor. Los Estados Unidos y sus aliados son más ricos: su nivel de vida es más elevado, su interés por el confort y el placer es mayor que el de sus rivales, la Unión Soviética y sus satélites, y la China. Ambos rivales, pretenden que sus regímenes le ofrecen al hombre la salvación definitiva y le garantizan el paraíso del futuro. Ambos pretenden el mismo representa, y que hay que acabar con su régimen-a la corta o a la larga- si ha de salvarse la humanidad. Ambos rivales hablan de acuerdo con los ideales del siglo XIX: Occidente en nombre de las ideas de la Revolución Francesa, de la libertad, la razón y el individualismo; Oriente en nombre de las ideas socialistas de solidaridad e igualdad. Los dos consiguen apoderarse de la imaginación y de la fidelidad fanática de centenares de millones de hombres.
Existe actualmente una diferencia entre los dos regímenes. En el mundo occidental hay libertad para manifestar ideas críticas acerca del régimen vigente. En el mundo soviético, la crítica y la manifestación de ideas disidentes están suprimidas por la fuerza bruta. En consecuencia, el mundo occidental lleva en su la posibilidad de un cambio pacífico y progresivo, mientras que en el mundo soviético esa posibilidad casi no existe; en el mundo occidental la vida del individuo esta libre del miedo a la cárcel, a las torturas o a la muerte, que tiene ante si todo individuo de la sociedad soviética que no haya llegado a ser un autómata que funcione a la perfección. Ciertamente, en el mundo occidental la vida ha sido, y es todavía muchas veces, tan rica y alegre como lo haya sido en cualquier momento de la historia humana; la vida en el régimen soviético nunca puede ser alegre, como no puede serlo, ciertamente, donde el verdugo acecha detrás de la puerta.
Pero sin ignorar las enormes diferencias que existen hoy entre el capitalismo libre y el comunismo autoritario, seria ceguera no ver las analogías, especialmente tal como se anuncian para lo futuro. Ambos regímenes se basan en la industrialización, y su meta es una eficacia económica y una riqueza sin cesar crecientes. Son sociedades gobernadas por una clase directorial y por políticos profesionales. Ambas son totalmente materialistas en cuanto a sus puntos de vista, a pesar de la ideología cristina en Occidente y del mesianismo secular en Oriente. Ambas organizan al hombre en un sistema centralizado, en grandes fábricas, en partidos políticos de masas. Cada individuo es una rueda dentada del mecanismo, y tiene que funcionar suavemente. En Occidente se logra esto mediante un método de condicionamiento psicológico, de sugestión en masa, de recompensas monetarias; y en Oriente por todo esto, más el empleo del terror. Puede suponerse que cuanto más se desarrolle económicamente el régimen soviético, menos severamente necesitara explorar a la mayoría de la población, y en consecuencia más podrá ir siendo reemplazado el terror por métodos de manipulación psicológica. Occidente evoluciona rápidamente hacia el Mundo feliz de Huxley; Oriente es hoy 1984 de Orwell. Pero ambos regímenes tienden a converger.
¿Cuáles son, pues, las perspectivas para el futuro? La primera, y quizás la posibilidad más probable, es la de la guerra atómica. El resultado más probable, es esa guerra es la destrucción de la civilización industrial, y la regresión de la humanidad a un estado agrario primitivo. O, si la destrucción no fuera tan completa como creen muchos especialistas en la materia, el resultado será la necesidad para el vencedor de organizar y dominar el mundo entero. Esto solo podría hacerse con un estado centrazado basado en la fuerza, y poca diferencia habría en que fuese Moscú o Washington la sede del gobierno. Pero, desgraciadamente, ni aun la evitación de la guerra promete por si sola un futuro brillante. En el desarrollo del capitalismo y el comunismo, tal como podemos preverlo en los próximos cincuenta o cien años, continuara el proceso de automatización y enajenación. Ambos regímenes se están convirtiendo en sociedades directoriales, con guiados sin líderes, que hacen máquinas de recurrir a la fuerza, que son guiados sin líderes, que hacen maquinas que funcionan como hombres cuya razón decae mientras su inteligencia aumenta, creando asi la peligrosa situación de equipar al hombre con una fuerza material inmensa, sin la cordura necesaria para usarla.
Esta enajenación y automatización conducen a un desequilibrio mental cada vez más acentuado. La vida no tiene sentido, no hay alegría, ni fe, ni realidad. Todo el mundo es “feliz”, salvo que no siente, ni razona, ni ama.
El problema del siglo XIX fue que Dios había muerto; el del siglo XX es que ha muerto el hombre. En el siglo XIX inhumanidad significada crueldad; en el siglo XX significa antoenajenación esquizoide. El peligro del pasado estaba en que los hombres se convirtieran en esclavos. El peligro del futuro está en que los hombres se conviertan en robots o autómatas. Cierto es que los autómatas no se rebelan. Pero, dada la naturaleza del hombre, los robots no pueden vivir y permanecer cuerdos: se convierten en “Golems”, destruirán su mundo y a si mismo porque no pueden resistir el tedio de una vida sin sentido.
Nuestros peligros son la guerra y el “robotismo”. ¿ Cuál es la alternativa para esta situación? Salir de la rutina en que nos movemos y dar el paso siguiente hacia el nacimiento y autorrealización de la humanidad. La primera condición es la abolición de la amenaza de guerra que pende ahora sobre todos nosotros y paraliza la fe y la iniciativa. Debemos tomar la responsabilidad de la vida de todos los grandes países han creado internamente: una participación relativa en la riqueza y un nuevo y mas justo reparto de los recursos económicos. Esto debe conducir finalmente a formas de planificación y cooperación económica internacionales, a formas de gobierno mundial y al desarme absoluto. Debemos conservar el método industrial; pero debemos descentralizar el trabajo y el estado, para darles proporciones humanas, y permitir la centralización únicamente hasta un punto óptimo que es necesario a causa de las exigencias de la industria. En la esfera económica necesitamos la codirección de todos los que trabajan en una empresa, y permitir su participación activa y responsable. Pueden encontrarse las formas nuevas que exige dicha participación. En la esfera política, la vuelta a las asambleas locales, creando miles de grupos pequeños que estén bien informados, que discutan, y cuyas decisiones se integran en bien informados, que discutan, y cuyas decisiones se integran en una nueva “cámara baja”. Un renacimiento cultural debe combinar la educación de los jóvenes en el trabajo, la educación de los adultos, y un sistema nuevo de arte popular y de ritual secular en todo el ámbito de la nación.
Nuestra única alternativa para el peligro del “robotismo” es el comunitarismo humanista. El problema primordial no es el problema legal de la propiedad, ni el de participar en las utilidades, sino el de compartir el trabajo y la experiencia. Deben operarse cambios en la propiedad, en la medida en que sean necesarios para crear una comunidad de trabajo y para impedir que el móvil de la ganancia oriente la producción en direcciones socialmente perjudiciales. Deben igualarse los ingresos en la medida necesaria para dar a todo el mundo la base material de una vida digna, evitando asi que las diferencias económicas produzcan una experiencia fundamentalmente distinta de la vida, en las diferentes clases sociales. El hombre tiene que ser restablecido en su lugar supremo en la sociedad, no siendo nunca un medio, no siendo nunca una cosa para ser usada por los otros o por el mismo. Debe terminar el uso del hombre por el hombre, y la economía tiene que convertirse en la servidora del desenvolvimiento del hombre. El capital debe servir al trabajo, las cosas deben servir a la vida. En vez de la orientación explotadora y acumulativa, predominante en el siglo XIX, y de la orientación explotadora y acumulativa, predominante en el siglo XIX, y de la orientación receptiva y mercantil predominante en la actualidad, debe ser la orientación productiva el fin al cual sirvan todos los dispositivos sociales.
No debe operarse ningún cambio por la fuerza, y debe ser simultáneo en las esferas económica, política y cultural. Los cambios limitados a una esfera destruyen todos los cambios. Así como el hombre primitivo estaba inerme ante las fuerzas naturales, el hombre moderno se halla inerme ante las fuerzas sociales y económicas que el mismo ha creado. Adora las obras de sus propias manos y se prosterna ante los nuevos ídolos, y, no obstante, jura por el nombre de Dios, que le ordeno destruir todos los ídolos. El hombre puede protegerse a si mismo contra las consecuencias de su propia locura, únicamente creando una sociedad sana adaptada a las necesidades del hombre, necesidades que están arraigadas en las condiciones mismas de su existencia; una sociedad en la que el hombre se relacione con el hombre amorosamente, en la que se sienta enraizado en vínculos de fraternidad y solidaridad, más que en los lazos de la sangre y el suelo; una sociedad que le brinde la posibilidad de transcender la naturaleza creando y no destruyendo, en que cada individuo adquiera el sentido de si mismo, sintiéndose sujeto de sus capacidades, y no mediante la conformidad; en la que exista un sistema de orientación y devoción, sin que el hombre necesite deformar la realidad ni adorar ídolos.
Organizar esa sociedad significa dar un nuevo paso, significa el fin de la historia “humanoide”, de esa etapa en que el hombre todavía no era plenamente humano. No significa el “fin de los días”, la “terminación”, el estado de armonía perfecta en que el hombre ya no encuentra conflictos ni problemas. Por el contrario, el destino del hombre es que su existencia se vea acosada por contradicciones que tiene que resolver sin llegar nunca a resolverlas. Cuando haya superado el estado primitivo de los sacrificios humanos, sea en la forma ritual de los aztecas o en la forma secular de la guerra, cuando haya podido regular razonablemente sus relaciones con la naturaleza, en vez de regularlas a ciegas, cuando las cosas se hayan convertido realmente en servidoras suyas y no en sus ídolos, se encontrara ante los conflictos y problemas verdaderamente humanos; necesitara ser arriesgado, valiente, imaginativo, capaz de sufrir y de gozar, pero sus potenciales estarán al servicio de la vida y no al servicio de la muerte. La nueva etapa de la historia humana, si efectivamente sobreviene, será un nuevo principio, no un fin.
El hombre se encuentra hoy ante la más fundamental de las decisiones: no tiene que decidir entre capitalismo y comunismo, sin entre “robotismo” (en sus variedades capitalista y comunista) y socialismo humanista comunitario. La mayoría de los hechos parecen indicar que se inclina por el “robotismo”, y eso significa, a la larga, locura y destrucción; pero todos esos hechos no son bastante fuertes para destruir la fe en la razón, la buena voluntad y la salud del hombre. Mientras podamos deliberar juntos y hacer planes juntos, podemos tener esperanza. Pero, ciertamente, las sombras se extienden y las voces de la locura son cada vez mas poderosas. Estamos a punto de llegar a un estado de la humanidad que corresponda a la concepción de nuestros grandes maestros; pero estamos en peligro de destruir toda la civilización o de caer en el “robotismo”. Hace miles de años se le dijo a una pequeña tribu: “Puse ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición, y elegiste la vida.” Esa es también nuestra elección.