Norma Balaban, una mujer casada de 37 años de edad, fue derivada por el médico de cabecera para evaluar su depresión y varios síntomas somáticos. Había estado generalmente sana, aparte de los atracones de comida y la obesidad, hasta 1 año antes, y se había sometido a una operación de derivación gástrica 6 años antes.
Al entrar en los consulta, la Sra. Balaban le entrego al psiquiatra un resumen de sus problemas físicos de tres páginas. Los espasmos nocturnos y dolores diurnos en los piernas habían sido su primera de sueño que la llevaron a <<estar espesa>> y a notar la cabeza pesada. Tenía sensaciones intermitentes de frio en las extremidades, la cara, las orejas, los ojos y las fosas nasales. Según creía, las sensaciones pulsantes de los ojos eran más acusadas después de haber dormido mal. En meses recientes habían aparecido problemas para orinar, irregularidades menstruales y varios síntomas musculares, como dolor en la nalga derecha con sensación de quemadura hacia el interior del muslo derecho. Tenía también rigidez de cuello acompañada de espasmos dorsales.
El médico de cabecera de la Sra. Balaban había evaluado los síntomas iniciales y la había derivado al reumatólogo y al neurólogo. El reumatólogo le diagnostico dolor dorsal mecánico sin signos de artritis inflamatoria.
También le diagnostico posibles migrañas con síntomas neuropaticos periféricos y síntomas oculares. El neurólogo observo que la Sra. Balaban estaba también siendo evaluada por otro neurólogo de un centro médico diferente y un neurooftalmologo del mismo centro. El diagnóstico del neurólogo fue de <<variante migrañosa atípica>>, señalando también que <<la paciente parece presentar depresión en grado importante, que podría estar agravando los síntomas o incluso constituir un factor desencadenante>>. El repaso de las pruebas realizadas en los dos centros médicos locales indico que había obtenido resultados esencialmente normales en dos electroencefalogramas, un electromiograma, tres resonancias magnéticas cerebrales y tres raquídeas, dos punciones lumbares y varios análisis clínicos en serie. Le habían recomendado que acudiera a un psiquiatra, pero la paciente rechazo la idea hasta que el médico de cabecera la urgió a hacerlo repetidas veces.
Al principio, la Sra. Balaban le hablo al psiquiatra de sus síntomas físicos. Estaba muy frustrada porque, a pesar de haber visto a varios especialistas, no le habían dado ningún diagnóstico claro, por lo que seguía muy preocupada. Había empezado a tomar fluoxetina y gabapentina, prescritas por el médico de cabecera, y había notado una mejoría parcial del estado de ánimo y algunos de sus dolores. Le resultaba difícil concentrarse y realizar su trabajo, y pasaba mucho tiempo en Internet investigando sus síntomas. Se sentía también mal por no pasar tiempo suficiente con las hijas y el marido, pero es que no tenía energía para ello. Reconoció haber tenido brotes de ánimo deprimido durante el año previo, con algo de anhedonia y a veces pensamientos de suicido (había pensado en estrellarse con el coche), pero sin anorexia ni culpabilidad. Refirió haber tenido síntomas depresivos premenstruales desde hacía alrededor de 1 año.
La Sra. Balaban había recibido tratamiento por una depresión posparto 6 años antes, tras el nacimiento de la segunda hija. En los antecedentes familiares destacaba la presencia de cáncer, depresión e hipertensión.
La Sra. Balaban vivía con su marido y sus dos hijas, de 10 y 6 años de edad. El marido estaba en tratamiento por depresión. La paciente era titulada universitaria y trabajaba desde hacía mucho tiempo como auxiliar administrativa de uno de los decanatos de la universidad local. Se había criado en una ciudad pequeña del medio rural. Dijo que había tenido una infancia feliz y que nunca había sido objeto de malos tratos o abusos sexuales. Nunca había consumido ninguna droga.
Durante el examen del estado mental se observó que la paciente estaba alerta, iba bien vestida, aunque de manera informal, y se mostraba colaboradora y nada defensiva. El ánimo y el afecto estaban deprimidos y presentaba retardo psicomotor. No se observaron anomalías ni en el curso ni en el contenido del pensamiento; tampoco anomalías de la percepción, ni disfunción cognitiva clara.