Wyatt es un chico de 12 años que su psiquiatra deriva a un programa de hospitalización parcial para adolescentes a causa de conflictos repetidos que tienen asustados tanto a los compañeros de clase como a la familia.
Según los padres, Wyatt se mostraba normalmente temperamental e irritable, con episodios frecuentes en los que parecía un <<monstruo rabioso>>. Ponerle límites se había vuelto casi imposible. Hacía muy poco, Wyatt había roto la puerta de un armario para coger un videojuego que le habían retirado para que hiciera los deberes escolares. En el colegio, Wyatt era famoso por enfadarse a la mínima, y lo habían expulsado recientemente por pegarle por pegarle a otro chico un puñetazo en la cara después de haber perdido una partida de ajedrez.
Wyatt había sido un niño extremadamente activo que corría <<a todas horas>>. Era también un <<chaval sensible>>, siempre preocupado por que las cosas pudieran salir mal. Su tolerancia a la frustración había sido siempre menor que la de otros niños de su edad, y los padres dejaron de llevarlo de compras porque se alteraba cada vez que no le compraban todos los juguetes que deseaba.
Los informes escolares indicaban nerviosismo, atención errática e impulsividad. Cuando Wyatt tenía 10 años, un psiquiatra infantil le diagnostico un trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) de tipo combinado. Wyatt fue derivado a un terapeuta de conducta y empezó a tomar metilfenidato, mejorando con ello los síntomas. En cuarto grado, el mal humor se hizo más acusado y persistente. Se mostraba en general arisco, quejándose de que la vida era <<injusta>>. Wyatt y sus padres empezaron a tener luchas diarias con los límites: discutían durante el desayuno porque no se preparaba a tiempo para acudir al colegio y, después, por la tarde, en relación con los deberes, los videojuegos y la hora de dormir. En estas discusiones, Wyatt solía gritar y tirar los objetos que tenía a mano. Al llegar a sexto grado, los padres estaban hartos y sus hermanos huían de él.
Según los padres, Wyatt no tenía problemas de apetito ni de sueño, aunque la hora de acostarse siempre fuera motivo de disputa. Parecía disfrutar con sus actividades habituales, su nivel de energía era bueno y carecía de antecedentes de euforia, grandiosidad o menor necesidad de dormir durante más de un día. Aunque lo describían como <<malhumorado, aislado y solitario>>, los padres no lo veían deprimido. Dijeron que no había antecedentes de alucinaciones, maltrato, traumas, suicidalidad, homocidalidad, deseos autolesivos o deseos premeditados de dañar a otros. El y los padres refirieron que nunca había tomado alcohol ni drogas. Los antecedentes personales carecían de datos reseñables. En los antecedentes familiares destacaba la presencia de ansiedad y depresión en el padre, alcoholismo en los abuelos paternos y un posible TDAH sin tratar en la madre.
Durante la entrevista, Wyatt aparecida levemente ansioso pero fácil de abordar. Se removía en la silla, adelante y atrás. Al hablar de sus rabietas y agresiones físicas, Wyatt dijo: <<es como si no pudiera evitarlo. No quiero hacer esas cosas pero, cuando me enfado, no lo pienso. Es como si la mente se quedara en blanco>>. Al preguntarle que sentía al tener ataques de ira, Wyatt se puso triste y serio: <<Odio ponerme así>>. Si pudiera cambiar tres cosas en su vida, contesto Wyatt, <<tendría más amigos, sacaría mejores notas en el colegio y dejaría de ponerme tan furioso>>.