La precisión especifica. Cuando sucede algo horrible, es la precisión lo que separa esa cosa horrible concreta que realmente ha ocurrido de todas las otras cosas igual de horribles que podían haber ocurrido pero que no lo hicieron. Si te levantas un día sintiendo dolor, puede que te estés muriendo. Puede que te estés muriendo de forma lenta y espantosa de una de las muchas enfermedades dolorosas y horribles que existen. Si te niegas a contárselo al médico, entonces lo que tienes sigue sin determinarse: podría ser cualquiera de esas enfermedades. Es, desde luego, algo innombrable, puesto que has evitado la conversación que establecería un diagnóstico, esto es, el mero acto de articularlo. Pero si vas a hablar con el médico, todas esas horribles enfermedades posibles se esfumarán y solo quedará, con suerte, una sola enfermedad, horrible o no, o incluso nada en absoluto. Entonces podrás reírte de tus temores previos; y en el caso de que ocurra algo realmente malo, podrás hacerlo porque ya estás preparado. Puede que la precisión no alivie en nada la tragedia, pero sí que sirve para exorcizar los espíritus malignos y los demonios.
Lo que oyes en el bosque pero no puedes ver quizá sea un tigre. Puede incluso que sean muchos, a cada cual más hambriento y feroz, unidos todos en una conspiración y encabezados por un cocodrilo. Pero también es posible que no sea nada de eso. Si te giras y miras, quizá veas que tan solo es una ardilla. (Conozco a alguien, por cierto, a quien lo persiguió una ardilla). Lo cierto es que hay algo ahí, en el bosque, y eso lo sabes con total certeza. Pero a menudo es tan solo una ardilla. Sin embargo, si te niegas a mirar, acaba por ser un dragón y no eres precisamente un caballero. Eres más bien un ratón que se enfrenta a un león o un conejo paralizado por la mirada de un lobo. Y no digo que siempre sea una ardilla, porque con frecuencia se trata de algo verdaderamente terrible. Pero a menudo incluso lo que hoy resulta terrible no es nada si se lo compara con aquello que en nuestra imaginación resulta terrible. Y a menudo es posible enfrentarse a aquello que nos aterroriza cuando lo imaginamos simplemente reduciéndolo a sus dimensiones auténticas, por muy terribles que puedan seguir siendo.
Si rehúyes la responsabilidad de enfrentarte a lo inesperado, incluso cuando se manifiesta en proporciones manejables, la propia realidad se volverá insosteniblemente desorganizada y caótica. Y después irá creciendo hasta absorber todo orden, todo sentido, toda previsibilidad. La realidad ignorada se transforma, se revierte, en la gran diosa del caos, el gran monstruo reptil de lo desconocido, la gran bestia depredadora contra la cual la humanidad ha combatido desde el inicio de los tiempos. Si no se examina la distancia entre aspiraciones y realidad, no hará más que ensancharse, acabarás por caer en ella y las consecuencias no serán nada buenas. La realidad ignorada se manifiesta en un abismo de confusión y sufrimiento.
Ten cuidado con lo que te cuentas a ti y lo que les cuentas a los demás acerca de lo que has hecho, lo que estás haciendo y lo que vas a hacer. Busca las palabras correctas, organízalas en las frases correctas y estas, a su vez, en los párrafos correctos. Se puede redimir el pasado cuando, utilizando la lengua de forma precisa, se lo puede reducir a su esencia. El presente puede seguir su paso sin arrebatarle espacio al futuro si sus realidades se enuncian claramente. Pensando y hablando con cuidado, el destino único, excelso, que justifica la existencia puede identificarse entre la multitud de futuros turbios y desagradables que con mucha más probabilidad se manifestarán por sí mismos. Es así como el ojo y la palabra crean un orden habitable.
No escondas monstruos debajo de la alfombra porque se harán fuertes e irán creciendo en la oscuridad. Y entonces, cuando menos te lo esperes, se abalanzarán sobre ti y te devorarán. Descenderás a un infierno indeterminado y confuso, en vez de ascender al cielo de la virtud y la claridad. Las palabras valientes y verdaderas harán que tu realidad sea simple, inmaculada, bien definida y habitable.
Si con una atención esmerada y con el lenguaje identificas cosas, entonces las impulsas como objetos viables y obedientes, separándolas de la conexión casi universal en la que están ancladas. Las simplificas. Las conviertes en específicas y útiles y reduces su complejidad. Haces que resulte posible vivir con ellas y usarlas sin morir a causa de esa complejidad, con la incertidumbre y la ansiedad que conllevan. Si dejas las cosas en la indefinición, nunca sabrás distinguirlas unas de otras. Todo quedará desteñido en un mismo tono. Y así resulta demasiado complejo lidiar con el mundo.
Tienes que definir de forma consciente el tema de una conversación, sobre todo si esta es difícil. De lo contrario acabará tratando de todo al mismo tiempo, y todo es demasiado. Por eso tan a menudo las parejas dejan de comunicarse. Todas las discusiones degeneran en cada uno de los problemas que surgieron en el pasado, en cada problema que existe ahora y en cada una de las cosas terribles que es probable que ocurran en el futuro. Nadie puede debatir acerca de todo. Pero, en lugar de eso, puedes decir: «Esta cosa exacta y precisa es lo que me está haciendo infeliz. Esta cosa exacta y precisa es lo que quiero como alternativa, aunque acepto propuestas si son específicas. Esta cosa exacta y precisa es lo que me podrías dar para que así deje de amargarte la vida a ti y a mí». Pero para hacer algo así tienes que pensar en qué es exactamente lo que no funciona y qué es exactamente lo que quieres. Tienes que hablar con franqueza e invocar el mundo habitable que se encuentra en el caos. Y para eso tienes que hablar de forma honesta y precisa. Si en lugar de ello te escabulles y te escondes, aquello de lo que huyes terminará por transformarse en el dragón gigante que acecha debajo de tu cama, en tu bosque y en los recovecos oscuros de tu mente. Y te devorará.
Tienes que determinar dónde has estado en tu vida, de tal modo que puedas saber dónde estás ahora. Si no sabes precisamente dónde estás, entonces podrías estar en cualquier parte. Y cualquier parte es en verdad demasiados lugares para estar al mismo tiempo, algunos de los cuales, además, son muy malos. Tienes que determinar dónde has estado en tu vida, porque de otro modo no puedes averiguar adónde estás yendo. No puedes ir hasta el punto B a no ser que ya estés en el punto A, y si estás «en cualquier parte» no hay demasiadas probabilidades de que te encuentres ese punto inicial.
Tienes que determinar adónde te diriges en la vida porque no puedes llegar allí a menos que avances en esa dirección. Vagando sin rumbo, no conseguirás ir adelante. Por el contrario: te decepcionarás, te frustrarás y harás de ti una persona ansiosa e infeliz, alguien con quien será complicado llevarse bien. Y a partir de ahí, alguien lleno de resentimiento y de ansias de venganza, y luego algo todavía peor.
Di lo que quieres decir para que así puedas descubrir qué es lo que quieres decir. Luego, lleva a la acción lo que dices para que así puedas descubrir lo que ocurre. Y entonces presta atención. Advierte tus errores y exprésalos. Haz lo posible para corregirlos. Es así como descubrirás el significado de tu vida. Y te protegerá de la tragedia. ¿Cómo podría ser de otra forma?
Enfréntate al caos del Ser. Apunta bien a medida que te adentras en un mar de problemas. Especifica tu destino y traza el recorrido. Admite lo que quieres y diles a las personas que te rodean quién eres. Ajústalo al máximo, mira fijamente y avanza todo recto.
A la hora de hablar, exprésate con precisión.