¿POR QUÉ SE HA QUEDADO OBSOLETO MI PORTÁTIL?

¿Qué ves cuando miras tu ordenador, tu portátil, para ser más precisos? Ves una caja plana, fina, gris y negra. De forma menos evidente, ves algo en lo que puedes escribir y con lo que puedes ver cosas. Sin embargo, aun incluyendo esta segunda percepción, lo que ves no es para nada el ordenador. Esa caja gris y negra resulta ser un ordenador ahora mismo, en este espacio y tiempo, puede que incluso uno caro. Sin embargo, dentro de poco será algo tan absolutamente distinto a un ordenador que será complicado hasta regalarlo.

Todos nos desharemos de nuestros portátiles durante los próximos cinco años, incluso si todavía funcionan a la perfección, incluso si las pantallas, teclados, ratones y conexiones a internet cumplen con sus funciones de forma impecable. Dentro de cincuenta años, los portátiles de principios del siglo XXI serán rarezas como los artilugios científicos de latón de finales del siglo XIX, que ahora causan la misma impresión que los accesorios esotéricos de la alquimia, diseñados para computar fenómenos cuya existencia ni siquiera reconocemos hoy en día. ¿Cómo es posible que máquinas de alta tecnología, cada una de las cuales posee mayor capacidad de procesamiento que todo el programa espacial Apolo, pierdan su valor en un espacio de tiempo tan rápido? ¿Cómo pueden unas máquinas tan útiles, que suscitan ilusión y aumentan el estatus de una persona, transformarse tan rápido en complicadas piezas de chatarra? Pues ocurre a causa de la naturaleza de nuestras propias percepciones y de la interacción, a menudo invisible, entre esas mismas percepciones y la complejidad subyacente del mundo.

Tu portátil es una nota dentro de una sinfonía que está tocando ahora mismo una orquesta de dimensiones incalculables. Es una parte minúscula de un conjunto mucho mayor. La mayor parte de su capacidad reside más allá de su carcasa. Si funciona, es tan solo porque una gran cantidad de otros dispositivos están activados de forma continua y armoniosa. Así, por ejemplo, se alimenta de una red eléctrica cuya operatividad depende de forma invisible de la estabilidad de incontables sistemas complejos de carácter físico, biológico, económico e interpersonal. Las fábricas que producen sus componentes todavía están en activo. El sistema operativo que le permite funcionar se basa en esos componentes y no en otros que todavía están por crearse. Sus dispositivos de vídeo utilizan la tecnología con la que trabajan los creadores que publican su contenido en la red. Tu portátil se comunica con un ecosistema específico formado por otros aparatos y servidores de internet.

Y, por último, todo esto es posible gracias a un elemento aún menos visible: el contrato social basado en la confianza, los sistemas políticos y económicos de interconexión fundamentalmente honestos que hacen que sea posible contar con una red eléctrica fiable. Esta interdependencia de la parte en el todo, invisible en los sistemas que funcionan, resulta de una evidencia palmaria en aquellos que no lo consiguen. Los sistemas globales de mayor rango que posibilitan la informática al nivel de los usuarios apenas existen en los corruptos países del Tercer Mundo, puesto que el cableado eléctrico, los interruptores, las tomas de corriente y todos los otros dispositivos que definen una red de este tipo o no existen o se encuentran en riesgo, de tal modo que apenas consiguen que se suministre electricidad a los hogares o a las fábricas. En semejantes circunstancias se acaban percibiendo los aparatos electrónicos y todos aquellos que en principio funcionan gracias a la electricidad como unidades operativas distintas, como algo frustrante en el mejor de los casos y, en el peor, directamente imposible. En parte es resultado de las carencias técnicas, puesto que se trata de sistemas que, sencillamente, no funcionan. Pero también, y en buena medida, de la falta de confianza que resulta característica de las sociedades sistemáticamente corruptas.

Con otras palabras: lo que percibes como tu ordenador no es más que una hoja en el conjunto de un árbol dentro de un bosque. O mejor dicho, no es sino el tacto de tus dedos, que pasa rápidamente a lo largo de esa hoja. Una simple hoja puede arrancarse de la rama. Puede percibirse, de forma breve, como una entidad individual e independiente, pero una percepción de este tipo más que aclarar nos confunde. En el espacio de unas semanas, la hoja se desintegrará y quedará dispersa. Si no fuera por el árbol, nunca habría estado allí. No puede seguir existiendo en ausencia del árbol. Esta es la posición de los portátiles con relación al mundo. Una gran parte de lo que son se encuentra tan lejos de sus límites que los aparatos con pantallas que llevamos a todas partes únicamente pueden mantener su fachada de ordenadores durante unos pocos años.

Casi todas las cosas que vemos y que sostenemos en las manos son así, aunque a menudo no de forma tan evidente.

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