Tanto la psique (el alma) como el mundo se organizan en los niveles superiores de la existencia humana con el lenguaje, a través de la comunicación. Las cosas no son como lo parecen cuando el resultado que se alcanza no es el que se esperaba o el que se deseaba. Cuando el Ser no se comporta bien, lo que ocurre es que no se han establecido sus categorías oportunas. Cuando algo sale mal, hay que cuestionar hasta la propia percepción y, al mismo tiempo, evaluar, pensar y actuar. Cuando un error se anuncia, el caos indiscriminado queda de manifiesto. Su forma de reptil paraliza y confunde. Pero los dragones, que sí existen —más, quizá, que cualquier otra cosa—, también ocultan grandes cantidades de oro. Al mismo tiempo que el derrumbe nos conduce al horrible desbarajuste de un Ser desconcertante, también supone una oportunidad para forjar un orden nuevo y positivo. Y hace falta claridad a la hora de pensar —una claridad valiente— para invocar algo así.
Hay que admitir la existencia del problema tan pronto como sea posible después de que aparezca. «No soy feliz» es un buen comienzo, mientras que «Tengo derecho a no ser feliz» no lo es porque resulta cuestionable, aún más a la hora de comenzar el proceso de resolución de problemas. Quizá tu infelicidad esté justificada dadas las circunstancias actuales. Quizá cualquier persona razonable estaría insatisfecha y deprimida si se encontrara donde tú te encuentras. O, por el contrario, quizá seas una persona quejica e inmadura. Parte del principio de que las dos opciones son igual de probables, por espantoso que algo así te pueda parecer. ¿Exactamente cómo de inmaduro puedes ser? Es algo que potencialmente no tiene límites, pero al menos puedes conseguir rectificarlo si eres capaz de admitirlo.
Diseccionamos el caos complejo y enrevesado y especificamos la naturaleza de las cosas, nosotros incluidos. Es así como nuestra exploración creativa y comunicativa genera y regenera el mundo. Aquello que vamos encontrando nos moldea y nos informa y, en ese encuentro, moldeamos lo que ocupamos. Es algo difícil, pero la dificultad no resulta relevante, puesto que la alternativa es peor.
Quizá este marido descarriado ignoraba lo que su mujer le contaba a la hora de la cena porque odiaba su trabajo y estaba cansado y lleno de resentimiento. Quizá odiaba su trabajo porque su padre le había impuesto esa carrera y había sido demasiado débil o demasiado «leal» para protestar. Quizá ella toleró toda esa falta de atención porque pensaba que protestar con franqueza era algo maleducado e inmoral. Quizá no soportaba el temperamento iracundo de su padre y decidió cuando era muy joven que toda forma de agresividad y firmeza estaba mal moralmente. Quizá pensaba que su marido dejaría de quererla si ella tenía ideas propias. Es muy difícil ordenar todas estas cosas, pero un engranaje averiado seguirá estropeado si no se detectan y se reparan sus problemas.