UN SUMARIO DE PRINCIPIOS

Principio de disciplina número 1: Limita las reglas. Principio 2: Utiliza la fuerza mínima necesaria. Aquí está el tercero: Los progenitores deberían ser dos. Criar a niños es algo que exige muchos esfuerzos y resulta agotador, por eso es muy fácil que un padre o una madre se equivoque. El insomnio, el hambre, el resultado de una bronca, una resaca o un mal día en el trabajo. Cualquiera de estos elementos por sí solo basta para que una persona tenga un comportamiento poco razonable, así que su combinación puede hacer que alguien se vuelva peligroso. En tales circunstancias, es necesario contar con otra persona cerca, observar, entrar en acción y hablar. Así será más difícil que un niño llorón al que le gusta provocar y un padre o madre cascarrabias en estado de saturación se exasperen mutuamente hasta llegar a un punto sin retorno. Los progenitores deberían ser dos, para que el padre de un recién nacido pueda cuidar de la madre de tal forma que ella no acabe totalmente rendida y termine haciendo algo desesperado, después de haberse pasado escuchando los lloros de un bebé con cólico desde las once de la noche hasta las cinco de la mañana durante treinta noches seguidas. No estoy diciendo que haya que ser cruel con las madres solteras, muchas de las cuales luchan con coraje y hasta la extenuación, cuando además algunas de ellas han tenido que escapar de relaciones marcadas por la violencia. Pero esto no significa que tengamos que fingir que todas las composiciones familiares resultan igual de viables, porque no lo son, y sobre esto no hay nada que discutir.

Y aquí viene un cuarto principio, uno de carácter más específicamente psicológico: los progenitores tendrían que entender su propia capacidad para ser duros, vengativos, arrogantes, rencorosos, coléricos y deshonestos. Muy pocas personas se proponen conscientemente ser un pésimo padre o una pésima madre, pero lo cierto es que todo el tiempo se producen ejemplos de malas prácticas en la crianza de los hijos. Esto se debe a que la gente posee una gran capacidad para el mal, así como para el bien, y también a que se insiste en ignorar este hecho. La gente es agresiva y egoísta, al igual que amable y atenta. Por esto mismo, ningún adulto —ningún simio jerárquico y depredador— puede tolerar realmente que un enano advenedizo lo domine. La venganza acabará llegando. Una pareja demasiado encantadora y paciente que haya sido incapaz de atajar una pataleta en el supermercado se las acabará haciendo pagar a su hijo, diez minutos después, mostrando absoluta indiferencia cuando se les acerque corriendo y lleno de entusiasmo para enseñarles su nuevo logro. Hasta la pareja más abnegada tiene un límite máximo de vergüenza, desobediencia y tiranía que puede soportar, más allá del cual cae de lleno en el resentimiento. Y es ahí cuando empiezan los verdaderos castigos. El resentimiento alimenta el deseo de venganza, así que habrá menos muestras de afecto espontáneo y se racionalizará esta ausencia. Se propiciarán menos oportunidades para el desarrollo del niño y empezará un sutil abandono. Y esto es solo el inicio del camino hacia el conflicto familiar más abierto, que fundamentalmente se desarrolla de forma invisible, bajo una falsa fachada de normalidad y amor.

Es mucho mejor evitar esta senda tan frecuentemente transitada. Un padre o una madre verdaderamente consciente de lo limitado de su tolerancia, y de su capacidad para portarse mal ante una provocación, está en condiciones de diseñar una estrategia adecuada de disciplina —sobre todo si su pareja, igual de despierta, la puede supervisar — y de impedir que las cosas degeneren hasta el punto en el que surge el verdadero odio. Así que, cuidado, porque hay familias tóxicas en todas partes, familias sin reglas ni límites para el mal comportamiento, con padres que explotan de forma aleatoria e impredecible e hijos que viven en ese caos y son aplastados si son tímidos o se rebelan en vano si tienen un carácter fuerte. Y algo así no está bien. Algo así puede llegar a ser letal.

En cuanto al quinto y último principio, es el más general. Los padres tienen el deber de actuar como representantes del mundo real. Unos representantes cariñosos y atentos, pero representantes en todo caso. Esta obligación pasa por encima de cualquier responsabilidad de asegurar la felicidad, propiciar la creatividad o reforzar la autoestima. La obligación primordial de los padres es conseguir que sus hijos resulten socialmente deseables, algo que les proporcionará oportunidades, amor propio y seguridad. Es incluso más importante que favorecer el desarrollo de una identidad individual, puesto que solo se puede aspirar a este santo Grial una vez que se ha alcanzado un grado elevado de sofisticación social.

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