LOS NIÑOS BUENOS Y LOS PADRES RESPONSABLES

Una niña de tres años que ha sido convenientemente socializada es educada y encantadora. No es nada pusilánime, suscita el interés de otros niños y el aprecio de los adultos. Existe en un mundo donde la gente de su edad la acoge con cariño y los adultos sienten auténtica alegría al verla en vez de esconderse tras sonrisas forzadas. Las personas que le descubran el mundo lo harán con agrado, lo que será más beneficioso para su futura individualidad que cualquier intento cobarde por parte de sus padres de evitar el conflicto cotidiano y la disciplina.

Habla con tu pareja o con amigos acerca de lo que te gusta y lo que no te gusta de tus hijos, pero no tengas miedo de que haya cosas que sí y otras que no. Eres capaz de discernir qué es apropiado y qué no lo es, de separar el grano de la paja. Eres consciente de las diferencias entre el mal y el bien. Una vez que tengas clara tu postura, una vez que hayas evaluado tu mezquindad, tu arrogancia y tu resentimiento, entonces podrás dar el paso siguiente y conseguir que tus hijos se porten bien. Serás responsable de su disciplina y también de los errores que inevitablemente cometas en el proceso. Entonces podrás pedir disculpas y aprender a hacerlo mejor.

Al fin y al cabo quieres a tus hijos. Si sus actos hacen que dejen de gustarte, piensa en el efecto que tendrán en otras personas a las que les importan mucho menos que a ti y que los castigarán de forma severa, por omisión o comisión. No dejes que algo así ocurra. Es mejor enseñarles a tus monstruitos lo que está bien y lo que no, para que se conviertan en sofisticados ciudadanos del mundo que se abre más allá de la familia.

Un niño que mira y escucha en vez de ir a lo suyo, que sabe jugar y no lloriquea, que es gracioso pero no harta, alguien en quien se puede confiar…, ese niño tendrá amigos allá donde vaya. Gustará a sus profesores y a sus padres y, si presta atención a los adultos, recibirá de ellos la misma atención, además de sonrisas y gratas enseñanzas. Saldrá adelante en lo que tan a menudo es un mundo frío, implacable y hostil. Los principios claros de disciplina y castigo establecen un equilibrio entre indulgencia y justicia que favorecen de forma óptima el desarrollo social y la madurez psicológica. Las reglas claras y la disciplina apropiada ayudan al niño, a la familia y a la sociedad a establecer, mantener y expandir el orden, que es todo lo que nos protege del caos y de los terrores del inframundo, allí donde todo es incierto, donde todo provoca ansiedad, desesperanza y depresión. No hay mejor regalo que unos padres responsables y valientes

No permitas que tus hijos hagan cosas que detestes.

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